En otoño de 1983, Miguel G. Aracíl (escritor e investigador español), recibió en su casa a un abogado toledano, residente en Madrid, cuyas investigaciones, referentes a un vampiro español, quiso compartir con él de forma anónima. La historia que el abogado le contó, hablaba de un ataúd llegado al puerto de Cartagena, a mediados del siglo XIX, que fue almacenado allí durante algún tiempo, hasta que fue reclamado por un particular de La Coruña. El ataúd fue inmediatamente trasladado por carretera haciendo escalas en varias localidades. A los pocos días, y coincidiendo con el itinerario del ataúd, se producen varios casos de vampirismo. Alhama de Murcia, Almería, Toledo, Borox, Santillana del Mar, Comillas y La Coruña, son los pueblos por donde pasó la carroza y su ataúd, y donde se produjeron las muertes por desangramiento, siempre según el testimonio del informador de Miguel Aracil.
Al no encontrarse en la Coruña al demandante, el ataúd, fue devuelto a Cartagena al poco tiempo, donde se hace cargo de él un aristócrata servio que residía en una posada de la Calle Mayor de Alhama de Murcia. Al mencionado aristócrata nadie consigue verlo de día, haciendo sus apariciones únicamente cuando cae la noche. Por lo que parece, el noble carecía de buenos medios económicos pues de lo contrario no residiría en una simple posada de tan poca fastuosidad. El noble, desapareció de la vida pública tan misteriosamente como había aparecido y el ataúd fue enterrado en el cementerio de Cartagena, poco tiempo después.
Esta es la historia que Miguel Gómez Aracil, escuchó de labios del abogado e investigador madrileño (del que no conocemos su nombre) y que nos deja de una pieza de ser cierta. Se dice, que en 1915, una anciana afirmó haber conocido en Murcia a un aristócrata polaco de gran parecido físico con el noble servio.
La historia terminaría allí, de no ser por el excelente trabajo realizado por el investigador catalán Jordi Ardanuy, que se desplazó hasta los lugares mencionados en esta historia, y comprobando in situ todo lo que había de verdad o mentira en ello.
Lo primero que hizo este notable investigador, fue dirigirse hasta el lugar donde por primera vez hizo su aparición el ataúd. En Cartagena, Ardanuy buscó algún registro en los cementerios de Nuestra Señora de los Remedios y el de San Antón, donde pudiera encontrarse con datos personales del supuesto fallecido, hora y fecha del sepelio, tipo de enterramiento con anotación cronológica, etc. Nuestro investigador sabía que en cualquier camposanto estos datos permanecen en los registros, incluyendo las tasas pagadas y alguna observación sobre el enterramiento. Por desgracia, no encontró nada de lo que buscaba y el ataúd maldito no daba señales de existir.
El siguiente paso fue consultar a diversos historiadores locales y los archivos de la Marina de Cartagena, pero ni uno ni otro confirmaron, siquiera, parte de la historia.
Sin dar opción al desanimo, el investigador recurrió al administrador de la Aduana Marítima de Cartagena con la esperanza de que allí le dieran algún informe; sin embargo, el jefe de la administración le dijo que no se guardaban informes tan antiguos, y que estos eran incinerados pasado cierto tiempo. No obstante se le indicó, que de ser un ataúd extranjero, este, al pasar por la aduana, habría presentado certificados sanitarios, y que después de haber vuelto de la Coruña, y una vez desaparecido el serbio, el Gobernador habría editado un aviso en el “Diario Oficial de la Provincia” con la intención de que se encargaran de la inhumación. No obstante, de nada de esto existía constancia alguna.
Dispuesto a llegar hasta el final de asunto, Jordi Ardanuy encaminó sus pasos esta vez en dirección a los pueblos donde supuestamente habría pasado el ataúd de la discordia. En Calasparra, no se recordaba ningún asunto relacionado con vampirismo, y se dirigió al pequeño pueblo de Borox, que se encuentra a unos cincuenta kilómetros de Madrid ya en la provincia de Toledo, donde se sabía, había pasado el sarcófago, siempre según la historia de Aracil.
Allí, Ardanuy se encontró con unos vecinos muy dispuestos a hablar de la fiesta del toreo, pero nada del vampiro. Preguntando a unos y a otros, sólo consiguió miradas extrañas y cejas que se levantaban en señal de ignorancia.
Nuestro investigador comenzó a desesperar y estuvo a punto de arrojar la toalla, cuando conoció, en un bar de la localidad, llamado “Los Toriles”, al secretario del Ayuntamiento que se prestó a ayudarle en sus investigaciones. Con esto, el secretario dio con una anciana, que aseguraba haber oído hablar del mencionado y tan buscado vampiro. Sus recuerdos estaban ocultos por la bruma del tiempo pero sus palabras todavía eran capaces de pronunciar lo que había escuchado de niña; “un hombre que chupaba la sangre a sus congéneres”.
Por primera vez, pensó Ardanuy, existía un indicio sobre la veracidad del vampiro aunque sería mejor confirmarla por otra fuente. Con esta idea en su cabeza, nuestro investigador se trasladó al club social para ancianos, buscando nueva información. En el lugar se encontró con un grupo de abuelos que le obsequiaron con atenciones y le inundaron los oídos con historias y anécdotas del pueblo, pero sin que en ningún momento se mencionara nada del vampiro de Borox. Algunos, respondiendo a las preguntas del investigador, negaron haber oído jamás semejante historia y otros se limitaron a decir que esa historia no podía ser cierta, a pesar de tener como vecina a una mujer que aseguraba haber escuchado esa leyenda.
Desanimado, Jordi Ardanuy, abandonó el pueblo con el único testimonio de la anciana. No obstante, antes de que dejara definitivamente el pueblo, el secretario del Ayuntamiento, que había prometido ayudarle en sus indagaciones, se acercó hasta él diciéndole que había localizado a otro anciano que confirmaba la historia del vampiro; pero por desgracia, el testigo no se encontraba en condiciones de aportar mayores datos.
De un modo u otro, Ardanuy demostró que la historia tenía visos de ser auténtica. Dos personas, ambas de edad considerable, y las únicas que podían conocer la mórbida historia por tradición oral, avalaban su veracidad. Las intentonas del investigador en las localidades cántabras de Santillana del Mar y Comillas, fueron infructuosas. La Coruña, Almeria, Toledo o Alhama de Murcia, tampoco dieron resultados satisfactorios en la búsqueda del Vampiro.
Nuestro investigador se preguntaba, muy acertadamente, por qué la ruta del ataúd, siguió un itinerario tan extraño, desviándose a Cantabria, si su destino final era La Coruña. Es posible, pensó, que sus intenciones fueran otras y jamás pisara tierras gallegas. La leyenda de este vampiro especula sobre la posibilidad de que servio y ataúd fueran una misma persona, y que sus objetivos fueran recorrer el país de punta a punta, alimentándose con la sangre de los incautos y marchándose de allí inmediatamente, sin levantar sospechas, hasta su próximo destino en otro pueblo. Una vez concluido el recorrido, el ataúd volvería a su lugar de origen, en Cartagena, donde el propio “finado” se haría cargo de él, hasta que pudiera desaparecer del país. Quien reclamó el ataúd desde La Coruña, ¿era la misma persona que después se presentó como un noble servio, en Cartagena? Si la historia es auténtica, es muy posible que sí.
Fuera como fuere, verdadera o no esta leyenda, Jordi Ardanuy Baró, consiguió demostrar que la leyenda no era simplemente un cuento y que tras ello se ocultaba un suceso terrible que –real o imaginaria- obligó a la gente a especular sobre el vampiro de Borox.
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