Causas del fin
Derrotados en Próximo Oriente, víctimas de su orgullo y secretismo, sospechosos de prácticas de usura, blanco de críticas y conspiraciones de los poderosos, la situación de los pobres caballeros de Cristo es a principios del siglo XIV muy distinta a la de sus inicios, en el siglo XII. Así lo refrenda la diferencia de carácter de su primer Gran Maestre, Hugo de Payns, hombre piadoso y humilde a pesar de su alta posición social, y la de su sucesor Jacobo de Molay que en un último desfile entra en París envuelto en un halo de ostentación y boato, acompañado de un cortejo a la altura del más noble de los reyes o aristócratas europeos.
¡Aún en esos momentos críticos parece que la confianza y el orgullo les ciegan!
El poderío económico, su leyenda, sus conocimientos, así como la supuesta protección del Papa les hacen aún creerse invulnerables a cualquier poder terrenal. Sin embargo los tiempos han cambiado en contra de templarios, el fanatismo recubierto de pobreza y necesidad que alumbraron las primeras cruzadas se había ido desvaneciendo y el mito de Tierra Santa se apagaba lentamente. Con todo, la pérdida de lo conquistado siglos atrás en Palestina escuece mucho en Europa y la corrupción de los templarios aparecía ahora como la responsable de tal fracaso...
El Temple comienza un periodo de nacionalización, en Europa en las distintas provincias se tiende de un modo implícito o explicito a admitir exclusivamente a sus paisanos, si bien ya en Portugal desde un inicio se aprecio esta inclinación. Además los templarios de los distintos reinos solían apoyar fielmente a sus reyes, incluso en la lucha contra otros cristianos. Ahora perdida Tierra Santa esta tendencia parece llevar a una disolución o debilitamiento de la orden en favor de otras nuevas de carácter local.
El Temple no deja de hacerse cargo de esta situación y por ello en la figura de su Gran Maestre insisten en la planificación de una nueva cruzada. Y es que la estrategia del Temple siempre había sido la misma: camuflarse con su entorno y encontrar motivaciones de cara al exterior que fueran a la par con sus verdaderas finalidades. Así creían avanzar en su camino.
Esas motivaciones secretas sólo eran conocidas por algunos Altos Cargos (el círculo interior), el resto de la organización trabajaba para ellos, siguiendo el precepto de obediencia ciega.
Preparativos para una conspiración
El hombre que decidió el destino cruel de la orden templaria fue sin duda el rey de Francia Felipe IV, alias el hermoso. Sus motivos: avaricia, venganza, deudas, miedo, envidia...
La monarquía francesa pretende aprovechar la situación de debilidad de la orden y escucha con detenimiento a los traidores de la orden, deseosos de venganza y a los intrigantes siempre ávidos de monedas. El protagonismo en este caso cabe dárselo a un tal Esquiu de Florian antiguo preceptor templario de Montfoucon y caído en desgracia. Esquiu, en venganza por su destitución y expulsión del Temple habría dado muerte a su Maestre y huido al Reino de Aragón, donde intentaría predisponer a su rey contra la Orden. Al no conseguirlo sería reclutado oportunamente por el consejero del rey de Francia, el terrible Guillermo Nogaret, letrado experto en moldear el espíritu de las leyes a su antojo e interés.
El mecanismo de la trampa empieza entonces a ponerse en marcha, el rey llama al Gran Maestre templario Jacobo de Molay a Francia y este muerde el anzuelo, percibe en su ciega vanidad a un rey agradecido a la orden por los favores prestado en el pasado: los cuantiosos prestamos, la custodia de las riquezas reales, la defensa de su persona durante el motín de París…
En el otro lado de la pinza se encuentra el Papa. Jacobo ha tenido una reunión con su Santidad y piensa haberlo convencido de lo equivocado de la idea que inminentes pensadores de la época han esbozado a cerca de la conveniencia de unificar las órdenes hospitalaria y templaria.
Sin embargo los rumores acerca de los pecados de la orden aumentan de nivel en las calles, algunos templarios no son ajenos a ello. A pesar de todo, la posición general es de confianza: No están sujetos a poderes temporales, sólo al Papa, disponen de dinero y recibos con las deudas de importantes acreedores, poseen hombres experimentados en combate… Todo ello no les hace darse cuenta de que los poderes que están detrás de ellos también lo están por encima.
En primer lugar el Papa ya no es su protector. Ha sido elegido gracias a su paisano, el rey de Francia, y este le ha impuesto duras condiciones, entre ellas la de cierta sumisión. Clemente V es además un cobarde codicioso y a demás el Temple se ha negado en ocasiones anteriores a convertirse en su ejército personal. El pueblo tampoco les admira como antes, los ve orgullosos y codiciosos. La Iglesia secular nunca les ha soportado, pues siempre les ha visto como competidores. Finalmente la aristocracia no ve con buenos ojos que sean más ricos que ellos y les envidian profundamente, es el caso de Felipe el Hermoso.
Pero el acelerador de la tragedia que depara a los templarios es la muerte de Eduardo I, rey de Inglaterra y martillo de los escoceses. Eduardo I es uno de los mejores reyes sin duda de las historia de Inglaterra. La gran amistad afianzada durante sus años de cruzado con los templarios desaconsejaba un ataque frontal contra ellos, pero ahora el camino se despejaba y todo parecía aliarse favorablemente con los conspiradores.
Es entonces cuando el rey Felipe IV aprovecha para presentarse ante el Papa teatralmente compungido al verse obligado a acusar a una Hija de la iglesia, a una orden religiosa y verter ante los oídos de su Santidad toda una retahíla de terribles acusaciones con las que acudía perfectamente pertrechado. Pero del Papa en ese momento sólo obtiene la promesa de abrir una investigación. El rey ante esta situación de pasividad negligente, a sus ojos, se ve con la obligación de ayudarle.
A principios de Septiembre se cursan misivas a todos los senescales del reino donde existen asentamientos templarios con la advertencia de no abrirlas hasta el día 12 de Octubre. Antes, el 22 de Septiembre, dimitiría el arzobispo de Narbona como canciller real y sería nombrado en su sustitución Guillermo de Nogaret. Desde su puesto, el nuevo canciller dirigiría personalmente los preparativos.
Mientras el peligro se acerca, el Temple no parece reaccionar y eso que el esfuerzo que la conspiración exigía de una considerable movilización de hombres, materiales (grilletes…) y ubicaciones de detención. Por esa razón parece improbable que el plan no se filtrase por algún resquicio.
En lo más alto de la posición social Jacobo de Molay sólo el día anterior al día fijado para la detención, es invitado al funeral de la mujer del hermano del rey, la princesa Catalina y porta orgulloso el palio donde descansa el cuerpo de esta. Ese día departe amigablemente con la aristocracia allí congregada, como un noble más
Al mismo tiempo, los senescales de prácticamente toda Francia destruían los sellos que protegían las instrucciones del rey y leían sorprendidos la inhabitual justificación con que el propio monarca adornaba las órdenes de captura.
Por fin en la madrugada del viernes 13 de Octubre de 1307 se procedía a detener a todo templario localizable en Francia y el propio Nogaret en persona se introducía en el Temple de París prendiendo a todos sus inquilinos.
Cargos principales contra los templarios
La represión de la herejía cátara había proporcionado a la Iglesia una gran experiencia en las técnicas de interrogatorio, tortura, prisión y juicio a sospechosos de herejía. Lo que antes del genocidio albigense habían sido anárquicos procedimientos, la inquisición recién creada, los refina y sistematiza hasta crear unos modos de proceder altamente eficaces. Los principales responsables intelectuales de las torturas eran los autodenominados perros de Dios, los dominicos. Esta orden había sido creada después de la cruzada anticátara y tenían como Santo Patrón a un fanático monje navarro llamado Domingo de Guzmán. Este monje había fracasado estrepitosamente en su intento de reconducir a la población de Occitania hacia la senda de la ortodoxia católica. Al final sólo le quedó como argumento la amenaza. Amenazas que lamentablemente acabaron llevándose a cabo.
Una vez prendidos los templarios comenzaron los interrogatorios que llevó a cabo la Inquisición. El Papa Clemente V envió un cuestionario de preguntas que se les aplicó a los reos. Las cuestiones versaban sobre las supuestas aberraciones y prácticas heréticas que se cometían dentro de la orden. Lo cierto era que los rumores malintencionados venían de muy atrás. Así las cosas, Felipe el hermoso solamente tuvo que recoger toda esta suerte de chismes y ponerlos sobre la mesa.
Las acusaciones fueron muchas y variadas pero fundamentalmente estas que siguen a continuación:
1. Renegar de Cristo y profanar la cruz: Para ello la escupían, la orinaban y la pisaban.
2. Blasfemar contra lo más Sagrado: Los novicios para convertirse en templarios debían pasar por un ritual donde se blasfemaba contra Dios, Cristo, La Virgen y los Santos.
3. Injuriar a Cristo: Se enseñaba que Cristo era un falso profeta y que su muerte no había sido consecuencia de nuestros pecados sino de sus propios crímenes.
4. Practicar ritos y sacramentos diabólicos: Celebraban misas y reuniones en horario de brujas, a puerta cerrada y sin la debida consagración.
5. Adorar a un ídolo, el Baphomets: Adoraban a ídolos, cabezas con uno o varios rostros o en particular un cráneo blanco que no pertenecía a santo alguno.
6. Llevar un cordón de simbolismo mágico: Al Baphomets no sólo le rezaban oraciones también lo adornaban con cordones que posteriormente se los ceñían ellos mismos porque así creían que les iba reportar bienes, riquezas, o poderes sobrenaturales. Incluso se habló de adorar al demonio en la figura de gran gato negro.
7. Actos indecentes: En el momento de la recepción del templario en la orden este era recibido con besos en lugares obscenos como la boca, el vientre o el ano. Practicaban la sodomía y la homosexualidad.
8. No Celebrar los Sacramentos o alterarlos sacrílegamente.
9. Practicar una forma heterodoxa de absolución: El Maestre y otras personalidades de la Orden se creían con la facultad de poder redimir los pecados de sus subordinados, cosa que sólo les estaba autorizado a los sacerdotes.
10. Homicidios rituales: Los monjes habían llegado a la quema de recién nacidos aún sin bautizar para untarse en su sangre y sebo como parte de sus macabros rituales.
11. Traición a otras unidades de las fuerzas cristianas durante las luchas contra el infiel.
Las preguntas se completaban con otras que pretendía delimitar donde (provincia, reino, lugar...), desde cuándo y en virtud de qué (estatutos, costumbres, ordenanzas...) se realizaban estas supuestas prácticas diabólicas.
Protagonistas
Felipe IV, el hermoso
Nieto del mítico rey cruzado Luis IX (San Luis), accedió al trono de Francia en 1285.
De este rey algunos llegan a decir que su única cualidad positiva era aquella de la que hacía gala su apodo, es decir la belleza. Aún así probablemente exageran, pues no parece que se cite otro rasgo de su supuesta hermosura que no sea el color de su pelo, rubio. Muy al contrario parece ser que tenía la cara redonda como una lechuza. En cuanto a personalidad, el mismo reconoció al final de sus días que fue un soberano demasiado influenciado por sus consejeros, algunos de los cuales se haría famoso para la posteridad, como Nogaret. Sus defensores por contra lo presentan como un perfecto caballero y atleta. Un auténtico fanático de la caza cuya práctica asidua le hacía estar en una gran forma física.
Las guerras que mantenía con Inglaterra y la aún poderosa nobleza le convirtieron en un auténtico devorador de dinero. Esta circunstancia le llevó a enfrentarse a su eterno enemigo, el Papa Bonifacio VIII. Ambos luchaban por controlar las finanzas de la Iglesia francesa. Felipe se creía con tal derecho al entender que se estaba construyendo la identidad nacional francesa y todos a su juicio debían contribuir a esa pesada carga. La nobleza en aquellos tiempos se encontraba exenta del pago de impuestos y las cargas acababan recayendo sobre el pueblo.
El resentimiento que guardaba hacia los templarios se podría deber a una serie de factores tales como:
· El titubeo que los caballeros mostraron a la hora de pagar el rescate por su abuelo cuando este fue hecho prisionero por los árabes durante la séptima cruzada.
· El deseo obvio de hacerse con las riquezas de la orden y sanear sus depauperadas finanzas.
· La afrenta sufrida al no aceptarse su candidatura como miembro de la orden.
· El decisivo papel que supuestamente ejercieron los templarios en la creación de los Estados Generales Franceses.
En la Casa del Temple
Cuando se inicia la revuelta en París que obliga al rey Felipe el hermoso a refugiarse bajo el pabellón templario, la suerte es echada para los caballeros. Si algo destacaba en la personalidad del rey era su carácter rencoroso. En ese momento en la fortaleza templaria siente como pocas veces en su vida la humillación. Humillación por estar como un invitado en la majestuosa Casa del Temple de París, su propia ciudad, prisionero de sus súbditos, como un vulgar delincuente, escondido en sus propios dominios, recordándosele que era un rey miserable y pufista. Todo esto bien pudo culminarse, en la arrogancia templaria, en el terrible agravio de mostrarle al monarca para divertirle, como era costumbre en la época, y a pesar de la austeridad que debía presidir la orden, el magnífico tesoro que el Maestre francés de Molay había traído desde sus último reducto de Chipre. El rey debió quedarse prendado ante aquellas espectaculares riquezas procedentes de siglos de conquistas y botines en los reinos orientales. Pronto al sentimiento de envidia se sumaría, el del orgullo herido, por no ser solo objeto de burlas en su país sino también en media Europa ante su lamentable situación económica. Desde aquel momento juraría que jamás perdonaría la jactancia y arrogancia templaria y que de alguna manera se las haría pagar.
Clemente V, un Papa simoniaco y débil
Bertrand de Got, como realmente se llamaba Clemente V, no era ni siquiera cardenal cuando fue elegido Papa por lo que se sospechó que pudiera haber sobornado al colegio cardenalicio para hacerse con el cargo. Procedía del sur de Francia (Burdeos) y era el candidato del rey Felipe V quien a cambio del respaldo a su investidura le obligaba a cumplir una serie de exigencias:
· Fijar la sede del Papado en Francia: Se estableció el Papado en Avignon, así sería fácil de controlar.
· El rey podría retener al menos 5 años los diezmos de la Iglesia francesa.
· Proceder a la unión de las órdenes templaria y hospitalaria.
De alta cuna, Clemente estudió derecho romano en Bolonia y acabó ocupando el arzobispado de Burdeos. Era todo lo contrario al rey de Francia. Era de carácter afable, presto a olvidar ofensas, débil y huidizo.
El Papa vivía alegremente derrochando los bienes de la Iglesia dando cargos, tierras y toda clase de prebendas a familiares y amigos. Así consiguió acabar rodeado de estómagos agradecidos y chantajeado por el rey de Francia, que en cualquier momento amenazaba con acusarle de corrupto y con quitarle a consecuencia del trono de Pedro. Con este panorama no es de extrañar que el Papado acabara siendo un instrumento más al servicio de la corona francesa.
Como anécdota, se cuenta que un tiempo después del asesinato de templarios y de la disolución de la orden, la mano derecha de su estatua en la catedral de Burdeos fue amputada en señal de delito parricida, por matar a los hijos fieles de la Iglesia, "Los Pobres Caballeros de Cristo".
Jacques de Molay, último Gran Maestre del Temple
Accedió a la jefatura del Temple después de la caída del último reducto cristiano en Oriente, Acre. Su personalidad era en apariencia, amable y simple. Era tan sólo un militar, quizás como los últimos templarios un tanto arrogante. A la cabeza de un ejército derrotado apostó por dar prioridad a los asuntos financieros, que en realidad eran, en esos momentos, el punto fuerte de la Orden.
Siete largos años pasó en las mazmorras francesas antes de su juicio definitivo. Entre tanto tuvo tiempo de confesarse culpable y de desdecirse. Protagonizó una actitud muy extraña y dubitativa ante las acusaciones.
Se dice que el sueño de los templarios y de su gran Maestre una vez perdida Ultramar fue la creación de un estado propio. A semejanza de sus hermanos alemanes, los Caballeros Teutónicos que en el siglo XIII habían conquistado su propio estado en el este de Europa, en el Báltico Oriental, al que bautizaron con el nombre de Ordensland. Se especula que ese país sería edificado en el Languedoc, pretendiendo quizás devolver al Mediodía Galo su antiguo esplendor y bonanza. Los espías infiltrados del rey francés podrían haber detectado este y otros proyectos similares y haber precipitado lo que parecía imposible, la destrucción de la orden más rica y emblemática de la cristiandad. Siglos después, un sueño similar sería perseguido por Heinrich Himmler (lugarteniente de Hitler) dirigente de las SS para las cuales pretendía crear en la Borgoña un estado independiente, incluso del partido nazi.
Guillermo de Nogaret
Guillermo de Nogaret fue un plebeyo ennoblecido por el rey Felipe IV de Francia en agradecimiento a su lealtad y dedicación.
Protagonista del atentado de Anagni, raptó al Papa Bonifacio VIII, siguiendo instrucciones del rey de Francia por lo que su fama de temible enemigo de la iglesia se la tenía ganada a pulso. Carecía de cualquier atisbo de moralidad o quizás conocía demasiado bien el funcionamiento interno de la Iglesia como para dejarse impresionar por sus dirigentes. Se vanagloriaba de haberse entrevistado con el temido Santo Padre Bonifacio VII y haberlo puesto contra las cuerdas durante el jubileo a Roma de finales de siglo. El caso es que fue excomulgado por nada más y nada menos que tres Papas.
Guillermo Imbert (Guillermo de Paris)
Teólogo y jurista. Primero sería confesor de Felipe el hermoso y después Gran Inquisidor de Francia. Dominico, dirigió el proceso contra la orden en lo tocante al ámbito religioso. Como Gran Inquisidor de Francia inició la causa sin informar al Papa ya que sabía que actuaba de acuerdo a derecho. No tenía la obligación de informar al Papa para iniciar un proceso por herejía en suelo francés. Era uno de los hombres de confianza del rey y como tal actúo siguiendo sus deseos.
Engüeran de Marigny
Ministro de hacienda y de las construcciones reales. Conocía como nadie la precaria situación financiera del reino por lo sabía que una expropiación a la boyante orden de los templarios les vendría a solucionar los graves problemas de liquidez. Tenía paradas las obras del palacio real y de la Nôtre Dame entre otras, mientras las torres del Temple de París se alzaban hacia el cielo orgullosas y soberbias como el antaño espíritu de sus propios inquilinos, conteniendo en su interior, en su corazón, la maravillosa iglesia templaria de París.
Floryan de Esquiu, traidor y delator
Antiguo prior de Montefalco. Dudoso individuo, decía haber compartido mazmorra en Bézier con otro caballero templario caído en desgracia, el cual le habría confesado terribles actos cometidos dentro de la organización templaria, como apostasía, inmoralidad, perversión sexual, idolatría y herejía. Sabedor pues de la difícil relación del Temple con el rey de Aragón, Jaime II, se encaminó hacia sus dominios para compartir sus "terribles" informaciones. Allí, el monarca o bien no le dio mucho crédito o no se atrevió a enfrentarse a una orden tan legendaria, la propia cruz del Temple formaba parte del escudo de su reino, no obstante se le persuadió de que el vecino francés podía pagarle bien por sus servicios. Y así lo hizo, dando el paso definitivo. Se entrevistó con Nogaret, la mano derecha del rey galo y fue el comienzo del fin para el Temple.
Guillermo de Plaisians
Ministro, jurisconsulto y militar de Felipe V. En calidad de experto en leyes llevó junto a Nogaret las acusaciones contra el Temple. Se atrevió a amenazar al propio Papa, probablemente a instancias de Nogaret al que se le había prohibido presentarse ante él, dada su condición de excomulgado. Estuvo con toda seguridad en los interrogatorios a los altos dignatarios del Temple, asumiendo el papel de acusador bueno, halagando a de Molay, de tal manera que se tenía la impresión durante el juicio que se llevó a cabo contra la orden, que de Molay actuaba dejándose guiar por los consejos de este ministro. Dicho juicio se llevó a cabo en París y fue presidido por el obispo de Narbona que precisamente había sido otro que junto a Plaisians había amenazado al asustadizo Santo Padre en Poitiers. Permitió que los ministros del rey se paseasen por la sala del juicio con total libertad, algo totalmente inconcebible por tratarse de un juicio religioso, no civil.
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