domingo, 10 de enero de 2010

Hashashins

 

Assassins

 

Era un caluroso mediodía del verano de 1125, cuando el cadí chiíta Ibn al-Jashab salía de realizar sus oraciones en la mezquita mayor de la ciudad Siria de Alepo. Un individuo, con aspecto de asceta, se le acercó y sin mediar palabra le asestó una puñalada mortal en el pecho. Ibn al-Jashab había encabezado la defensa de la ciudad frente a los cruzados habiéndose distinguido por la encarnizada persecución de una de las más temibles sectas de la historia, la secta de los Asesinos. Como en otras ocasiones, la venganza se había cumplido pero... ¿Quienes eran los Asesinos?

EL VIEJO DE LA MONTAÑA

La palabra árabe hassasi o hashashin, que significa bebedor de hasis (hachís), la trajeron los cruzados a occidente durante la Primera Cruzada. Es el origen etimológico de la palabra asesino que ya se usaba en el siglo XIII para calificar a los criminales fanáticos o a sueldo. Más adelante se popularizó en la Italia del siglo XVI y se extendió a otras lenguas ya con el significado actual. Eran así llamados los integrantes de una secta ismaelita que había nacido en la antigua Persia (Irán) en el año de 1090 y que luego se extendió por Siria y las montañas del Líbano. Las diferentes familias fatimíes se dividieron en diversas ramas en el siglo citado, una de estas ramas fue la de los nizaríes que crearon sus pequeños estados. Su tráfico de influencias, su ruptura con el califato fatamí y sus simpatías por los invasores frany, les granjearon enemistad entre los demás musulmanes.

Los fanáticos adeptos a esta orden secreta, se distinguieron por asesinar a sus enemigos político-religiosos y su terror e influencia se prolongó hasta doscientos años. Su conocimiento y leyenda pronto se extendió y no había magnicidio que no se les atribuyera, muchas veces erróneamente. Una de estas leyendas cuenta que el propio Saladino hizo la paz con la secta después de encontrar una daga sobre la almohada de su cama.

Las primeras noticias que llegan a occidente sobre los asesinos aparecen en las crónicas de las cruzadas en las que nos hablan de esta secta liderada por el misterioso “Viejo de la Montaña”. En 1192 las dagas de los asesinos se dirigieron contra el cruzado Conrado de Monferrat, señor de Tiro y rey consorte del reinado latino de Jerusalén. El asesinato favoreció a Guy de Lusignan que estaba apoyado por los templarios, aunque quizás todo fue una venganza más de los asesinos, ya que Monferrat había hundido un barco del jefe de los fatimíes. El impacto de este asesinato quedó patente en las crónicas de las cruzadas que empezaron a recoger las andanzas de los asesinos. Se dijo que eran temidos por “los buenos cristianos y los buenos musulmanes” y se les achacaban toda clase de creencias y prácticas demoníacas y mágicas.

Fue Marco Polo el primero que describió en sus escritos la fortaleza de Alamut, en Mazenderan, al sur del mar Caspio. Alamut, situado a unos 2.000 metros de altura, fue el inexpugnable cuartel general del “Viejo de la Montaña” y sus partidarios. Aunque estos ismaelitas eran seguidores de Nizam al-Mulk, el fundador de la secta fue un hombre de vasta cultura y con grandes conocimientos científicos, Hassán Ibn Sabbah, conocido como el “Viejo de la Montaña”, sobrenombre que se aplicó después a todos los Grandes Maestres de la orden. Precisamente Hassán mandaría matar a su antiguo compañero de estudios Nizam al-Mulk, visir y representante de la dinastía selyúcida de Persia. Este asesinato acaecido en 1092, sería el primero de una larga lista cometidos por esta orden religioso-militar. Hassán fue un iluminado, un personaje misterioso al que se atribuyó toda clase de milagros y se decía que era capaz de pasar días meditando sin dormir ni probar comida alguna. Curiosos y adeptos fueron llegando a Alamut y el “Viejo de la Montaña” fue ganando y expandiendo su poder.

Otra de las primeras referencias a esta secta iniciática, se la debemos al clérigo alemán Brocardus que vivió muchos años en Armenia. El rey Felipe VI de Francia estaba preparando una nueva cruzada a los Santos Lugares. Brocardus le ofreció unos escritos a modo de guía de viaje con consejos para los expedicionarios. En el apartado de los peligros de la empresa, el religioso hablaba de los asesinos pero sin darle ninguna connotación política o religiosa, los describía como mercenarios con poderes casi mágicos para mimetizarse o desaparecer entre las diversas gentes de la región imitando su aspecto y lenguaje. Ante la imposibilidad de reconocerlos, el cura aconsejaba no tomar a ningún nativo como criado durante el viaje.

LOS FALSOS JARDINES DE ALÁ

Quizás como Hassán Ibn Sabbah no tenía los medios necesarios para emprender guerras convencionales, enviaba a sus fidawis en pequeños comandos de seis hombres para eliminar a sus enemigos militares, religiosos o políticos sunitas. En esta guerra de guerrillas, los asesinos exhibían una gran destreza para la que se preparaban durante años. En el castillo de Alamut, los diversos niveles de adeptos seguían un riguroso plan de estudios religiosos y científicos, tenían nueve grados de iniciación como los templarios. En la estructura interna también coincidían ambas órdenes. Primero estaba el “Viejo de la Montaña” o Gran Maestre, luego seguían los Dais o Grandes Priores, los Refik o Caballeros, los Fidawis o Escuderos y los Lassik o Hermanos Sirvientes. Incluso llegaron a tener sus propios gremios de constructores. El contacto entre las dos Ordenes primero fue militar, pero luego fue más estrecha. Los asesinos llegaron a pagar tributos por los territorios y aldeas que los templarios les habían ocupado. En el castillo se conservaba una inmensa biblioteca sobre cábala, gnosis, alquimia, ciencia y filosofía, y poseía también un importante observatorio astronómico.

El entrenamiento para cometer crímenes era muy concienzudo para aquellos sectarios dedicados a este menester. Los fidawis eran expertos en el uso del puñal y el disfraz y podían estar como comandos “durmientes” durante mucho tiempo. Pasaban años infiltrados entre la servidumbre de un señor ganándose su confianza hasta que los dais les daban la orden de ejecutar a la víctima. Lo más temible de estos asesinos era que estaban dispuestos a morir por conseguir su objetivo. La serenidad con la que estos ejecutores afrontaban su suicidio, hizo creer a sus contemporáneos que el “Viejo de la Montaña” drogaba con hachís a sus partidarios y de ahí el sobrenombre de hashashin. Aunque podría haber sido cierto, la verdad es que todo lo concerniente a esta secta se mueve entre la historia y la leyenda.

El Jardín de Alá de Alamut es una de las historias legendarias recogidas por Marco Polo en su libro de viajes, es un relato deformado por la transmisión oral y no exento de una poética ingenuidad. Se dice entre los secretos que se guardaban celosamente en la árida montaña de Alamut, estaba un jardín paradisiático construido por Hassán donde crecían árboles frutales y flores exóticas, junto a toda clase de animales y pájaros extraños. Manantiales de agua cristalina manaban de las rocas de este vergel lleno de huríes, las hermosas mujeres que según el Corán acompañan a los creyentes en el paraíso islámico, y de jóvenes efebos. Palacios dorados con fuentes de miel y vino, completaban este paisaje de ensueño. Los fidawis designados para un combate, eran ligeramente narcotizados con hachís y opio y Hassán les hablaba sobre la misión y la recompensa que les esperaba tras su sacrificio. Ya adormecidos, eran vestidos con los mejores ropajes y llevados al jardín donde les esperaban exquisitos vinos y manjares servidos por seductoras jóvenes. Esto contrastaba con la austeridad de la vida en Alumut, donde incluso el consumo de vino estaba penado con la muerte. Después de un tiempo en este oasis, eran de nuevo drogados y devueltos a sus humildes celdas vestidos con su característica capa blanca y pretina roja al cinto. Luego se les decía que en sueños, el profeta Mahoma les había enseñado el premio que esperaba a los que luchaban y morían en la jihad.

EL OCASO DE LA SECTA

Aunque el fundador de la secta Hassán murió en Alamut en 1124, la actividad de los asesinos lejos de decrecer, se recrudeció en los años posteriores. Hassán fue sucedido por hijo Kia-Buzurgomid y luego por un sin fin de nuevos “Viejos de la Montaña”. El 26 de noviembre de 1126 cumplieron otras de sus venganzas asesinando al poderoso señor de Alepo y de Mosul al-Borsoki. Los guardias armados y la cota de malla con que se protegía el emir, no impidieron que los batiníes clavaran sus dagas doradas en el cuello del anciano militar turco para inmediatamente morir a manos de los guardaespaldas. Al-Borsoki fue el aliado de Ibn al-Jashab contra los invasores occidentales y artífice de la unión de Alepo y Mosul. Unión que supuso la creación de un poderoso estado que fue capaz de enfrentarse a la arrogancia de los cruzados.

La decadencia de los asesinos sobrevino durante el liderazgo de Rukn al-Din que, entre otras cosas, propuso suprimir los tributos que pagaban a los templarios. Las guerras internas y las intrigas personales de algunos de sus dirigentes terminaron por debilitar a una secta que se había vuelto menos exigente a la hora de elegir a sus miembros. En 1256 no pudieron defenderse de la invasión mongol y se rindieron. Más de cuarenta castillos de los asesinos fueron destruidos como los de Lamiaser y Rubdar. El conocido como El nido de las águilas, Alamut, fue saqueado y destruida su biblioteca en 1270, los libros secretos de la secta fueron quemados y con ellos su misterio. Esta vez la venganza la ejercieron los ejércitos mongoles, la secta de Hassán había asesinado a Jagatai, segundo hijo de Gengis-Khan. Muchos miembros de la secta subsistieron en pequeños grupos durante años, y otros huyeron hacía la India donde algunos autores sostienen que existieron hasta el siglo XIX aunque la secta de los asesinos desapareció oficialmente en el siglo XIII.

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