jueves, 19 de febrero de 2009

Templarios Aquí y Ahora

 

Su espíritu no se extinguió con la muerte de su Gran Maestre, Jacobo de Molay, en 1314 a manos de la Inquisición. Ni tampoco su fuerza. Muy al contrario, los caballeros templarios que permanecieron en Europa lograron reorganizarse en secreto y vengar la memoria de su líder en una sucesión de acontecimientos históricos cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días. Pero además, gracias a su poderosa flota, algunos de ellos habrían alcanzado el continente americano mucho antes de su descubrimiento oficial en 1492...

París, 18 de marzo de 1314. Sobre un patíbulo alzado ante Nôtre Dame, fueron colocados los importantes acusados: Jacobo de Molay y los otros tres altos dignatarios de la Orden del Temple. En un gesto postrero de la Caballería medieval, conscientes de que la gloriosa Orden a la que representaban y a la que habían servido fielmente iba a ser derribada injustamente por el azote del destino, los Caballeros del Temple se adelantaron para dirigirse a las gentes de París y proclamar por última vez, en boca del Gran Maestre Jacobo de Molay, su inocencia ante los delitos que se les imputaban.

Fue un acto cargado de pasión suicida y sinceridad que, cuando menos, les permitió morir habiendo recuperado una dignidad que jamás debieron perder, aunque sólo fuera por la memoria de aquellos gloriosos Caballeros Templarios que en el campo de batalla pagaron con su vida su fe en el Temple. Con la puesta del Sol se erigió una enorme pira en la Isla de los Judíos, en el Sena, donde las llamas devoraron inexorablemente los cuerpos de los últimos templarios...

Sin embargo, transcurridos siete siglos desde la violenta extinción de la Orden, un gran interrogante sigue planteándose desde entonces. ¿Continúan los templarios entre nosotros?

Para responder a esta cuestión es necesario hacer una distinción entre las dos formas de pervivencia que pueden ser entendidas como tal. Por un lado, no constituye un dislate considerar que el ideal templario ha perdurado hasta nuestros días en tanto su legado espiritual e ideológico puede perfectamente haberse asentado en el sentir, y hasta en la forma de pensar y vivir, de muchos modernos caballeros. Otra cuestión bien distinta y compleja -en la que precisamente radica una de las mayores incógnitas del "misterio templario"- es la hipotética supervivencia o prolongación clandestina de la Orden tras el ajusticiamiento de su último Gran Maestre oficial.

A este respecto, son muchos los investigadores que han rastreado, con mayor o menor rigurosidad histórica lo que pudo sobrevivir de la Orden. Ciertamente, aún hoy existen lugares en los que buscar signos tangibles de reconocimiento de lo que se ha dado en llamar la historia secreta de los templarios.

Relatar de forma cronológica dónde comienza y dónde termina la “leyenda” de los templarios clandestinos, tratar de situar sus supuestas actividades desde la sombra en el tiempo y en el espacio, esto es, en los contextos históricos en los que su “mano oculta” parece haber intervenido e influido en el devenir de los acontecimientos, no es tarea sencilla.

Quizá deba comenzarse en el momento en que nace, o sale a la luz, esa “leyenda”, que no se fragua en el instante en que Jacobo de Molay sucumbe a las llamas inquisitoriales, sino durante el largo proceso previo al trágico desenlace.

Todo apunta a que la prolongación del Temple se produce desde distintos focos, grupos o ramificaciones que en la mayoría de los casos se mantuvieron conexos de algún modo. Una medida -la dispersión- que resulta lógica e inteligente si lo que se pretendía era perpetuar la Orden a toda costa.

Constatado está que muchos templarios en fuga fueron acogidos por el resto de órdenes militares y hasta monásticas, de entre estas últimas de forma especial por sus hermanos del Císter. En Alemania la mayor parte de los templarios ingresaron en la Orden Teutónica, teniendo un papel relevante en el posterior desarrollo de dicha orden. En España muchos templarios fueron acogidos por las diversas órdenes nacionales, como Calatrava, Santiago, Alcántara y, al igual que en el resto de Europa, por sus antiguos rivales de la Orden de los Hospitalarios de San Juan, a la que además, por bula papal, le fue adjudicada la mayor parte de los bienes templarios. Pero el trasvase más importante de elementos templarios se produjo a las recién fundadas órdenes de Montesa, en la propia España, y de Cristo, en Portugal. Y es que, como ya veremos más adelante, estas órdenes fueron constituidas ex profeso por los monarcas de los reinos de Portugal y Aragón para recibir los bienes (y caballeros) de la Orden del Temple. En España, se sabe incluso de cofradías de constructores a las que se incorporaron los templarios, así como otras de carácter religioso (y hasta militar) que se constituyeron misteriosamente en antiguos enclaves templarios tras la disolución del Temple, haciéndose cargo de las reliquias, cultos y hasta templos que estos debieron abandonar precipitadamente. También es un caso digno de reseñar de entre los antiguos templarios españoles el de Roger de Flor y sus “Almogávares”, ex caballeros del Temple convertidos en mercenarios cuyas gestas bélicas fueron notorias por todo el Mediterráneo.

Es a partir del siglo XVIII, tras el resurgimiento de la Masonería como actividad ilustrada y especulativa, cuando ésta incorpora a los ritos de sus diversas obediencias su origen templario, que, por otra parte, ya venía reclamando desde su fase anterior. De hecho, la principal obediencia de la Masonería universal considera la tradición templaria como núcleo del más venerado de sus rituales, y existen, además, ramas, ritos y agrupaciones templarias en diversos países del mundo.

Pero además, es precisamente esta tradición masónica la que nos habla del sucesor de Jacobo de Molay en la figura del Caballero Johannes Marcus Larmenius, cuyos seguidores dejaron de ser monjes-caballeros y se convirtieron en una orden meramente caballeresca, y en todo caso ecuménica.

En La Revelación de los Templarios, Lynn Picknett y Clive Prince mencionan cómo en 1804 el doctor Fabré de Palaprat funda la OSMTJ, Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén (erróneamente citada en el libro como “Antigua” en lugar de “Soberana”), afirmando estar autorizado por la “Carta de Transmisión de Larmenius”. "De ser esto cierto –señalan Picknett y Prince-, constituiría una buena prueba de que Fabré de Palaprat era realmente del auténtico linaje templario, porque esta certificación fue escrita supuestamente en 1324 por Larmenius, quien recibió del mismo Jacobo de Molay el nombramiento de Gran Maestre. También se dice que el documento lleva las firmas de todos los Grandes Maestres subsiguientes de la Orden...”

Por su parte, el escritor soriano Ángel Almazán, estudioso del Temple, sostiene que Beltrán Duguesclin (1314-1380), el famoso mercenario bretón que intervino en la guerra fratricida que enfrentó en Castilla a Pedro I “el Cruel” y a su hermano Enrique de Trastamara, habría sido, muy posiblemente, Gran Maestre del Temple refundado a partir de 1357. A este respecto, no deja de resultar curioso que la organización militar de sus “Compañías Blancas” (llamadas así por las capas de este color que ostentaban) fuese similar a la templaria. Como no menos curioso es que, con la muerte de Pedro I, rey contra el que combatió Duguesclin a favor de Enrique de Trastamara, se extinguiera la dinastía de Fernando IV “el Emplazado”, monarca que, al igual que hiciera Felipe IV “el Hermoso” en Francia, persiguió y expolió al Temple en su reino de Castilla.

Para mayor significación, al igual que Felipe IV de Francia, Fernando IV de Castilla también había sido “maldecido” y su muerte anunciada (de ahí su sobrenombre de “el Emplazado”) por dos antiguos caballeros templarios, los hermanos Carvajal -por entonces ya acogidos en la Orden de Calatrava-, antes de que éstos fueran injustamente condenados a muerte en Martos, Jaén, el 8 de agosto de 1312. Circunstancias a las que habría que añadir el hecho de que las “Compañías Blancas” de Duguesclin protegieran al cismático Papa Luna, que terminaría sus días recluido en el antiguo castillo templario de Peñíscola, por entonces en poder de la Orden de Montesa, heredera del Temple en el Reino de Valencia. Todo induce a pensar que con el pontificado del español Pedro de Luna, el Temple secreto intentó llevar a cabo su ideal sinárquico universal.

No vamos nosotros a entrar en la polémica sobre la posibilidad de que la "Carta Larmenius" sea una falsificación, pero lo cierto es que la OSMTJ asegura que la misma existía por lo menos cien años antes de su publicación por Fabré de Palaprat, cuando Felipe, duque de Orleáns y futuro regente de Francia, la invocó al efecto de justificar su autoridad para reunir en Versalles a los miembros dispersos del Temple. Este acontecimiento, de ser cierto, sería una prueba de la continuidad de la presencia templaria en Europa.

Hay fuentes que señalan al jesuita Bone como aquel que confeccionó y dio a conocer en el siglo XVIII la relación de los grandes maestres del Temple a partir de Jacobo de Molay. Una “invención” que habría tenido como objeto la naciente sociedad Resurgimiento de los Templarios, que precisamente fue la que constituyó el duque Felipe de Orleáns.

Con el estallido de la Revolución, la sociedad pasó a denominarse Cabeza de Toro (nombre simbólicamente asimilable a la cruz esotérica templaria Tau), teniendo por Gran Maestre al duque de Cosse-Brisac, al que sucedió precisamente el francmasón Fabré de Palaprat. Se cuenta que el 21 de enero de 1793 un espectador subió al estrado donde acababa de ser guillotinado Luis XVI y, tras mojar los dedos en la sangre del rey muerto, salpicó con ella a la multitud gritando: “¡Yo te bautizo, pueblo, en nombre de la libertad y de Jacobo de Molay!”, y se dice que algunos incluso corearon: “¡Jacobo de Molay, está vengado!”.

Implantado el Imperio napoleónico, los supervivientes de la sociedad, que había sido disuelta por la Comisión Ejecutiva Revolucionaria, reeligieron al doctor Fabré de Palaprat, siendo el propio Napoleón el que favoreció a la Orden. Incluso hay autores, como Michel Lamy y otros, que nos presentan al mismísimo Napoleón como uno de los herederos de los conocimientos de la Orden. De hecho, según algunas fuentes se habría apoderado de la documentación que sobre el Temple tenía el Vaticano.

Por otra parte, muchos de los templarios perseguidos en 1317 en Francia y que no pudieron huir en la flota se refugiaron en las logias francmasónicas de constructores vinculadas al Temple.

Con frecuencia se ha afirmado que las leyendas sobre la supervivencia y venganzas del Temple se crearon en los círculos masónicos de principios del XVIII. Sin embargo, lo cierto es que la maldición que al parecer Jacobo de Molay habría lanzado antes de morir contra sus verdugos, el rey Felipe IV y el papa Clemente V, comienza a hacerse efectiva en forma de venganzas contra reyes y papas, cuyas consecuencias llegan a nuestros días, lo cual nos adentra ya en el peligroso terreno de las evidencias históricas a menudo escamoteadas.

Asimismo, también son muchas las leyendas que hablan de la conexión de la Orden del Temple con la Masonería, especialmente en su rama escocesa: desde las que relatan el refugio de los templarios en Escocia hasta las que insinúan que Jacobo de Molay transmitió la gran maestría templaria a un noble escocés.

Y aunque parece ser que en la “Carta Larmenius” éste califica a los templarios escotos como “templi desertores”, según cierta tradición masónica francesa los archivos y el tesoro de la Orden habrían sido transportados en nueve barcos hasta la isla de Mey, cerca de Rosslyn, donde se encuentra una capilla del siglo XV, centro espiritual de la masonería, que algunos consideran como la última de las catedrales templarias. Al menos así lo afirma el historiador Andrew Sinclair, descendiente del príncipe escocés Henry de Saint Clair, en su obra La Espada y el Grial.

Sinclair no sólo expone en su libro los pormenores de cómo la proscrita Orden de los Caballeros del Temple se convierten en la masonería escocesa, sino que aporta pruebas sorprendentes sobre la existencia de asentamientos precolombinos en América del Norte. En concreto, casi un siglo antes que Colón, el príncipe escocés Henry de Saint Clair habría llegado al continente americano en un navío templario con trescientos colonos. Una posibilidad que entronca con las investigaciones llevadas a cabo por Jacques de Mahieu, según el cual, tras huir de la persecución inquisitorial, la flota templaria habría arribado al continente americano huyendo de la persecución inquisitorial, a través de una ruta que los propios templarios ya habrían marcado desde mucho tiempo antes. Mahieu señala que la Orden del Temple “poseía en el Mediterráneo una gran flota naval, rival de la veneciana, con la que conquistó prácticamente el monopolio de los transportes entre Europa y Oriente Medio”. Controlaba además diversos puertos franceses y españoles como en Mallorca, Colliure, San Rafael, Mónaco, Marsella, así como el de La Rochela, que era el principal, situado en el Atlántico. Si alguien estaba preparado para cruzar este océano en el siglo XIII sin duda eran los templarios...

Lo cierto es que aceptar los planteamientos de Mahieu implicaría resolver la incógnita sobre el origen de la plata con la que la Orden del Temple financió, en menos de cien años, setenta iglesias y ochenta catedrales góticas. Es innegable que durante los siglos XII y XIII los templarios amasaron una ingente fortuna en monedas de plata, mineral que, al parecer, habría resultado casi imposible encontrar en Europa...

Mahieu asegura que los templarios que huyeron de la persecución en Francia escaparon con los tesoros de la Orden hasta América, donde habrían sido asesorados por vikingos daneses que llegaron a México y Sudamérica ya en el siglo X. Allí habrían fundado el asentamiento de Tiahuanaco, afirmaciones que podrían parecer delirantes, pero que lo son menos si observamos algunas sorprendentes estatuas en dicho santuario boliviano que parecen imitar otras de la catedral de Amiens. Para Mahieu, esto implica que los propios templarios habrían acometido la construcción del edificio más importante de Tiahuanaco. Ello explicaría por qué cuando los conquistadores españoles llegaron a México fueron considerados como la personificación del dios Quetzalcóatl y sus "hombres blancos" y por qué encontraron similitudes entre la acción civilizadora de la "serpiente emplumada" y el cristianismo.

Estas hipótesis se ven reforzadas por la presencia de una virgen negra en las islas Canarias -cuyo primer conquistador fue el normando neo templario Jean IV de Bethencourt, que para más señas salió del antiguo puerto templario de La Róchele-. Así la presencia templaria no se habría limitado a Canarias, sino que habrían utilizado las islas como escala en sus viajes transoceánicos hacia América y posiblemente como refugio cuando la Orden fue perseguida (los indígenas guanches de pelo rubio y ojos azules con que se toparon los conquistadores españoles tal vez sea una señal que nos induzca a pensar en ello). De esta forma, el santuario canario de Nuestra Señora de la Candelaria contendría las claves de los tesoros, materiales y espirituales, que habrían sido puestos a salvo antes de la abolición de la Orden.

En diversos aspectos de estas hipótesis trabajan investigadores españoles como Rafael Alarcón, Emiliano Bethencourt, Félix Rojas o José Antonio Hurtado, así como el famoso investigador noruego Thor Heyerdahl, quien afirma que Colón ya había viajado a América, varios años antes de su descubrimiento oficial, formando parte de una expedición danesa.

En este sentido, de entre las extrañas y oscuras vicisitudes previas a la aventura del Descubrimiento de América en 1492, dos detalles son profundamente significativos con respecto al tema que nos ocupa. Por un lado, las sorprendentes idas y venidas del Almirante, entre las que citaremos, por lo que ello implicaría, su visita al antiguo puerto secreto templario de La Rochela mientras la Junta de Salamanca estudiaba su proyecto; y por otro lado, su relación con descendientes del cartógrafo judío mallorquín Abraham Cresques, autor de un Atlas Catalán en 1375 que, según parece, contiene pistas sobre la ruta que habrían seguido los templarios hacia el Nuevo Mundo.

Los Cresques tenían su casa solariega en las islas Baleares, prácticamente adosada a los muros de la morada de los templarios de Ciutat (hoy Palma de Mallorca). Estos judíos españoles, que eran los mejores trazadores de cartas marinas de la época, estuvieron al servicio de la Escuela Náutica de Sagres, fundada por el Infante portugués Enrique I “el Navegante” bajo los auspicios de la Orden de Cristo, sucesora del Temple portugués y de la que, por cierto, llegó a ser Gran Maestre. De aquella escuela náutica salieron las cartas de navegación utilizadas por los primeros exploradores atlánticos.

La epopeya del navegante Vasco de Gama en su búsqueda de la India (¿y del mítico reino del Preste Juan?) o el descubrimiento de Brasil a cargo de Pedro Álvares Cabral, son hazañas rodeadas de connotaciones políticas y hasta proféticas verdaderamente significativas, como lo denota las palabras del historiador Tito Livio Ferreira: “La primera bandera que ondeó en el actual Brasil no fue la de la Corona portuguesa, sino la de la Orden de Cristo”... Y la cruz roja que ostentaba dicha bandera de la Orden que acogería a templarios de toda Europa, se convirtió en el emblema universal de los descubridores, similar a las que llevaron en sus carabelas Cristóbal Colón y Pedro Álvares Cabral.

En España, como ya apuntamos anteriormente, en concreto en el antiguo Reino de Valencia, el rey Jaime II de Aragón también fundó otra orden ex profeso para heredar los bienes templarios, denominada Orden de Santa María de Montesa, u Orden de Montesa, pues temía que los Hospitalarios de San Juan adquiriesen un excesivo poder y riqueza si se cumplía el mandato papal de que todas las posesiones templarias pasasen al Hospital. La Orden no pudo instituirse hasta la muerte de Clemente V, en 1317, siendo ya papa su sucesor Juan XXII.

La nueva orden sería filial de la Orden de Calatrava, por cuya regla se regiría, y si bien Juan G. Atienza señala que en un principio tan sólo fue una mera heredera de los bienes materiales templarios (en modo alguno espirituales o esotéricos), este mismo autor afirma que hasta el siglo XIX los montesinos se consideraron a sí mismos como herederos efectivos del Temple y hasta, ocasionalmente, se autoproclamaron templarios.

Señalaremos aquí, por sus extrañas connotaciones, que al contrario que en casi toda Europa -donde la resistencia de los templarios fue mínima y en modo alguno armada-, en España la rebelión de los templarios fue tal que no admitieron las órdenes papales y reales en lo concerniente a su calificación como herejes, dando ello lugar a muchos meses de resistencia en sus fortalezas.

La actual OSMTJ señala al Temple escocés, sobre el que no existen noticias de disolución o condena, intervino en defensa de la independencia de Escocia apoyando a la dinastía Jacobita, y que su fuerza se manifiesta también ya en el siglo XVII, en Francia, con la formación de la Garde Ecosse que protegiera al rey francés.

En la independencia de Grecia el Temple clandestino habría tomado parte de forma notoria y, tal vez como recompensa postrera -¿por qué no?-, el 29 de diciembre de 1992 la Orden del Temple fue restaurada canónicamente por el Patriarca de Alejandría y toda África de la Iglesia Ortodoxa griega, Parthenios III. Este evento fue muy difundido por la prensa helénica y portuguesa y, curiosamente, hay quien señala que de esta forma la Orden del Temple fue restaurada con la bendición y consentimiento canónico de la misma Fuente de Honra (Fons Honorum) y del mismo Poder Espiritual que dio inicio a su existencia en el siglo XII.

Finalmente habría que destacar el misterioso Priorato de Sión, que en 1982 dieron a conocer los investigadores británicos Michael Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh y cuyo origen se retrotraería al año 1099, precisamente en la Orden de Nuestra Señora del Monte Sión, u Orden de Sión, que fundara en Tierra Santa el legendario cruzado Godofredo de Bouillon, fundador de la dinastía regia de Jerusalén. Al parecer, el Priorato de Sión y la Orden del Temple llegaron a ser prácticamente la misma organización, presidida por un mismo gran maestre, hasta que sufrieron un cisma y emprendieron caminos separados en 1188.

El alcance y trascendencia que, de ser ciertos, tendrían estos antecedentes históricos (la existencia del Priorato en nuestros días es innegable) es de una complejidad tal que no pueden ser aquí abordados... Como tampoco puede serlo lo referente a los masónicos “padres de la Patria” norteamericana, ni lo concerniente a los ideólogos, también masones, de la Construcción Europea, entre los que estaría una misteriosa organización ocultista, Alfa-Galates, presidida por Pierre Plantard, quien luego ocuparía el rango de Gran Maestro del Priorato de Sión... Y es que todo esto ya es otra historia...

FinisCoronatOpus

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