jueves, 28 de octubre de 2010

Esoterismo y fin de ciclo

 

Esoterismo egipcio

Es un hecho común entre los lectores de René Guénon, que en determinado momento, influenciados directamente por la verdad y la belleza de sus escritos, quieran efectivizar de modo concreto todo aquello que se está produciendo en ellos, y siguiendo a su guía intelectual, que les dice, que él no es un maestro, y que se necesita un vínculo con una tradición, quieran concretar aquello que aún es virtual en el largo camino hacia el Conocimiento. Es sabido que el metafísico francés señala a las grandes Tradiciones de la humanidad -incluso las tres religiones monoteístas- como posibles vehículos para la realización intelectual. De hecho, esta posibilidad mueve a personas poco informadas a creer que estas vías religiosas son las únicas disponibles para el acceso y posterior encarnación de la Sabiduría; eso se debe a la asimilación vulgar entre lo religioso y lo sagrado y a la confusión -para quien inicia un camino tan nuevo como sorpresivo- entre religión y metafísica. Es decir entre lo exotérico y lo esotérico, equívoco que más de un interesado en provocar el desorden promueve en su ignorancia o en su mala fe, ambas teñidas de un cierto fanatismo propio de este fin de ciclo.

En todo caso, como bien lo sabemos, la confesión oficial católica niega todo tipo de esoterismo; por otro lado, en ninguna religión existe una diferencia tan grande entre el exoterismo y el esoterismo como en el Islam. En cuanto al judaísmo actual, lo que entiende por Cábala -que como sabemos significa Tradición- es, en términos generales, un conjunto de usos y costumbres, marcados por el prejuicio y la intolerancia, atributos que comparte con las otras dos confesiones ya mencionadas; esto, sin olvidar, por cierto, el valor y el bien que han aportado estas religiones civilizadoras al conjunto de la humanidad, en particular en épocas pasadas.

Sin embargo hoy en día ellas casi constituyen un impedimento para toda iniciación, lo cual no quiere decir que no se trate de auténticas revelaciones y que lo más puro de sus mensajes, concretamente sus libros sagrados, donde se encuentra el legado prístino de sus enviados, no constituya una guía, por mediación de la Palabra sagrada y simbólica, expresión de un Logos Arquetípico y por lo tanto un soporte del Conocimiento. Pero, como parte de la ignorancia y signo de los tiempos, acontece que el rito y la enseñanza se han debido "arreglar" por el aparato teológico o legal y por la mala intención de supuestos sacerdotes y pretendidas autoridades que han adulterado a su conveniencia circunstancial la esencia de esas teofanías. No obstante, en ellas aún puede hallarse una vía de realización espiritual, siempre que pueda efectuarse de acuerdo a los principios allí enunciados, con una transparente vocación, libre de cualquier intención o manipulación interesada; tal el caso de esos libros de sabiduría que conforman la Biblia, especialmente los de Moisés para judíos y cristianos y sobre todo los Evangelios para estos últimos. Por otro lado los islámicos tienen el Corán y otros textos sagrados complementarios, tal como los otros dos monoteísmos. En todo caso está claro que todo el Conocimiento está allí, para quien pueda develarlo, y esta fuente de agua viva existe para aquéllos que puedan encarnarla, y sería un error, acaso una monstruosidad negar esta evidencia. En cuanto a los ritos y ceremonias exotéricas, ellos pueden acompañar alguna vez con provecho nuestro viaje hacia la Unidad Central y queremos señalar como método el trabajo con el Árbol de la Vida Sefirótico de la Cábala hebrea, pero éste prácticamente no se conoce en el exoterismo judío; ahora bien, resultaría igualmente erróneo pensar que el Conocimiento fuera exclusivamente el patrimonio de estas religiones abrahámicas, mucho más en los tiempos que corren, signados inevitablemente por la caída y corrupción de todo lo instituido.

Dicho esto, se trata de respetar otras varias alternativas o vías de acceso al Centro, en donde, como se sabe, se conjugan los contrarios y desde donde la Voluntad del Cielo se expande hacia los cuatro rincones del planeta abarcando igualmente en su totalidad a todos los seres humanos que se encuentren dispuestos a despertar movidos por un llamado de tal naturaleza. En ese caso deben tenerse en cuenta no sólo las tradiciones del Oriente, o del Extremo Oriente, aún hoy vivas, sino también otras numerosas, algunas de ellas arcaicas, que dado el momento cíclico crucial que nos toca vivir resurgen con toda la potencia de su vitalidad.

De todas maneras, para los habitantes de las ciudades de Occidente son pocos los caminos iniciáticos abiertos a la realización de acuerdo a nuestras posibilidades dadas por las limitaciones del medio en que nos ha tocado vivir. Como se sabe el proceso del Conocimiento es una senda invertida con respecto a la visión del mundo que nos otorgan los sentidos y es descrita como un ascenso del alma que va en una primera etapa de la multiplicidad a la Unidad, y en una segunda del Ser al No Ser, o Suprema Identidad (el Ayn soph de la Cábala); por lo que se revierte la concepción ordinaria, ya que lo que No Es es el origen, aún, del Ser Universal, en cuanto éste es una afirmación de aquél. Sin duda el mundo actual ignora y niega esa posibilidad que es la Metafísica y acepta sólo en el mejor de los casos a la Religión, expresión exotérica de un esoterismo interior, y va de suyo que estas dos modalidades no son incompatibles, salvo que lo exotérico corte su vinculación con "las raíces de las plantas", cosa que desgraciadamente sucede tanto en la cultura europea como en la americana y su zona de influencia que es hoy el mundo entero. Para Occidente René Guénon ha señalado especialmente dos instituciones donde pudieran encontrarse vestigios que facilitasen esta Iniciación en el Conocimiento: La Masonería, que como todos sabemos es una asociación esotérica que pese a la degradación de las instituciones contemporáneas aún mantiene viva la Iniciación en ciertas logias, y -a regañadientes- la Iglesia Católica -como emblema del cristianismo en general-, aunque esta última ha sufrido grandes modificaciones desde la muerte de Guénon, especialmente en su liturgia, a pesar de que aún hoy puedan detectarse algunos núcleos esotéricos en su seno, particularmente dentro de las órdenes monacales benedictinas y cistercienses (de hecho no sólo allí); esto debe extenderse a las iglesias ortodoxas griega y rusa y a otras ramas del cristianismo; tampoco habría que olvidar a determinados cabalistas, aunque esto no cabe para la inmensa mayoría de los rabinos, al igual que con los prelados cristianos. La pobreza de las religiones, en términos generales, es actualmente evidente, y aquí debe también sumarse el exoterismo islámico, es decir, la tercer rama de las tradiciones del libro, las que asimismo en su doctrina, o en la práctica, niegan toda posibilidad de iniciación. Este es el triste panorama que se le brinda a un hombre o mujer medios en el área de influencia de la cultura Occidental, salvo su adhesión a una Tradición de Oriente, como el Hinduismo, el Budismo, el Zen, el Taoísmo, incluso la de alguna Tarîqah auténtica.

Y dado que esta sombría situación -ya sea por la dificultad de conectar con estos verdaderos centros tradicionales, o por la imposibilidad de ligar efectivamente con culturas, usos y costumbres algunas veces diametralmente opuestos a los propios- es la realidad presente, conviene preguntarse qué otras posibilidades tiene el hombre actual de encontrar su verdadera identidad y efectivizar su realización intelectual-espiritual en los tiempos que corren.

En estas circunstancias y teniendo en cuenta los escollos que la jalonan -que bien podrían ser tomados como las primeras pruebas para el aprendiz- no es extraño que se produzcan hoy iniciaciones solitarias, es decir sin el apoyo de un maestro vivo, incluso en tradiciones arcaicas o aparentemente muertas, teniendo en cuenta que estos casos, otrora extraños, han de ser cada vez más frecuentes dada la imposibilidad de poder conectarse con aquéllos capaces de ir guiándonos en nuestro sendero o la de tener acceso a grupos esotéricos tradicionales, tal el caso de ciertas logias masónicas.

En este sentido Roland Goffin en un artículo aparecido en la revista Vers la Tradition y reelaborado para el Nº 9-10 de SYMBOLOS plantea la posibilidad de la iniciación individual en el mundo actual, (por la propia irregularidad de éste), mediante: "La importancia reconocida por René Guénon al conocimiento 'teórico' de los principios metafísicos, y ello al margen de toda vinculación iniciática parece a menudo ser perdida de vista por un buen número de guenonianos". Por otra parte Guénon también ha tocado el tema de los afrâd en sus estudios: "Otra cuestión, que se refiere también a la ligazón iniciática, se ha planteado igualmente en estos últimos tiempos; hay que decir en primer lugar, para que se comprenda exactamente su alcance, que concierne particularmente a los casos en que la iniciación se obtiene fuera de los medios ordinarios y normales. Debe entenderse bien, antes que nada, que casos así son siempre excepcionales, y que sólo se producen cuando ciertas circunstancias hacen imposible la transmisión normal, ya que su razón de ser es precisamente la de suplir en cierta medida esa transmisión. Decimos solamente en cierta medida, porque, por una parte, una cosa así sólo puede producirse para individualidades que poseen unas cualificaciones que sobrepasan mucho lo ordinario y que tienen unas aspiraciones lo bastante fuertes como para en cierto modo atraer a ellas la influencia espiritual que no pueden encontrar por sus propios medios, y también porque, por otra parte, e incluso para tales individualidades, todavía es más raro que, faltando la ayuda proporcionada por el constante contacto con una organización tradicional, los resultados obtenidos como consecuencia de esta iniciación no tengan un carácter más o menos fragmentario e incompleto". Empero, no hay que ir tan lejos y a casos especiales, ya que el propio Guénon reconoce la validez de la Tradición Hermética.

En efecto, en distintas oportunidades a lo largo de su obra y correspondencia el metafísico francés nos habla de la Tradición Hermética como una Iniciación ligada a los Misterios Menores, es decir a la restitución del ser adámico: o sea el nacimiento al verdadero estado humano.

Sin embargo, no explica de qué manera se puede adquirir esta Iniciación, puesta bajo la advocación del dios Hermes (Hermes Trismegisto), con la que se vincula esta transmisión que no incluye ningún rito salvo la senda del Conocimiento, el estudio y la meditación y la transmutación que se efectúa en esa vía, -llamada en la India Jnânî-Yoga-, donde la iluminación se produce en virtud de la identidad entre el sujeto y el objeto del conocer. En todo caso este hecho no es para nada sorprendente ya que tampoco menciona a lo largo de sus escritos ni siquiera una insinuación respecto a cualquier otro "método" u obtención de "resultados" en la vía iniciática, salvo indicar al símbolo como vehículo, o prácticas reconocidas de modo universal, como la respiración, el canto y la danza, la oración, el silencio y la soledad, etc.

Somos cristianos, específicamente católicos, y hemos sido bautizados y confirmados; conocemos los sacramentos de la confesión y la comunión y hasta alguno de nosotros ha tenido vocación religiosa. Igualmente hemos bautizado a nuestros hijos -alguno lo ha hecho de modo personal- y no les hemos negado instrucción de tipo religioso. Pero, de hecho, no podemos identificarnos ni con la Teología oficial, ni con la Iglesia de Roma, y mucho menos con la ignorancia, la hipocresía, la corrupción y hasta la delincuencia del clero de nuestros días. Por otra parte el medio en el que hemos nacido, la cultura que nos ha nutrido es cristiana, y por lo tanto con un trasfondo judío y pagano, aunque vistos sin embargo desde una programación y condicionamiento histórico que nos otorgó graciosamente la Iglesia de Roma, con un toque de nacionalismo, intolerancia y dictadura, ejercidos en este siglo en los países de habla castellana. Y es dable observar cómo hemos tenido que irnos despojando de ataduras y tabúes, muchísimos de ellos en el plano religioso-moral, cosa que ha tenido que hacer la propia Iglesia, por sus necesidades y las de los fieles que, aún así, son cada día menos. De hecho, en este mismo siglo el catolicismo ha modificado totalmente el rito, la teología, y la conducta y piedad de la feligresía y sus pastores. En honor de la verdad hemos de decir que por razones rítmicas, tocantes al fin de ciclo, todas las instituciones están igualmente corruptas. Empero, nos hemos mantenido totalmente fieles a las enseñanzas evangélicas, así como a las del Antiguo Testamento. Igualmente a la doctrina de la Iglesia en cuanto no se aparta del pensamiento tradicional, enunciado en Grecia por Platón, expresado posteriormente por los neoplatónicos y gnósticos (cristianos o no), el Corpus Hermeticum, también Proclo, y manifestado más luego por Dionisio Areopagita, cristalizándose de esta manera las estructuras de la Edad Media y su secuela (la escuela de Chartres, los San Victor, San Alberto Magno, también varios aspectos del aristotélico Sto. Tomás, Eckhart, Suso, y tantos, tantos otros) hasta llegar al Renacimiento: Gemisto Pletón, el Cardenal Bessarion, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Nicolás de Cusa, etc., etc. y sus prolongaciones en el mundo moderno. Esa es la doctrina que nos interesa por ser el auténtico cristianismo original. Y hemos de reconocer que ese pensamiento ha venido a nosotros a través de Occidente, y por lo tanto de la cristiandad, y desde luego de su forma de vida y sus usos y costumbres, que son los nuestros, derivados en gran parte como se ha dicho de judíos y paganos.

Pero si la proximidad del Fin de Ciclo se advierte particularmente en las religiones, y en los grupos esotéricos, también lo hace en auténticas organizaciones iniciáticas, como la Masonería; empero queremos manifestar que donde es más notorio es en los "seguidores" de Guénon, especialmente en tres de sus "herederos": F. Schuon, M. Pallis y Jean Reyor. A ellos debe sumarse los "tradicionalistas guenonianos" de "estricta observancia", que en su mayor parte son más papistas que el papa, y les coge una especie de rigor que asocian con la visión religiosa, la "moral", la política inquisitorial y una presunción inversamente proporcional a su Conocimiento. Y es lógico que así sea: ¿de qué forma podría la contratradición cumplir su función de mejor modo que adulterando el pensamiento y la obra del más grande intérprete de la Ciencia Sagrada en este siglo? Guénon comenzó la lucha contra los impostores y la degeneración no ha cesado y ¿dónde podría notarse más si no es precisamente en los ámbitos supuestamente relacionados con esa Ciencia Sagrada?

¿Qué es la Tradición?

Así como puede decirse que es necesario que exista un desorden para que se cree un orden, un encuadre, podría afirmarse que la instauración de esos límites es lo que nos puede llevar a la idea de lo ilimitado.

La sociedad contemporánea es pues el encuadre, la limitación, donde podemos ver acontecimientos de otro orden que han existido y existirán por siempre.

El hombre contemporáneo ha creído que por el simple expediente de cerrar los ojos y negar lo que unánimemente ha sido llamado Conocimiento y Realidad, por todas las civilizaciones tradicionales y por todos los sabios dignos de ser designados como tales, el Conocimiento y la Realidad no existen.

Exactamente lo mismo ha sucedido con el Espíritu que, como se lo niega, se supone es insignificante o sea prácticamente nada; sin embargo desde el punto de vista hermético, lo pequeño es lo más poderoso.

El Espíritu, apenas virtual en cada hombre, es la energía más poderosa y la única que tiene realmente un poder transmutante.

A esta transmutación está dirigido todo el trabajo hermético y esa obra no puede realizarse sino en el medio en que estamos insertados, con la "materia" que tenemos en nuestras manos.

Como se sabe esta "transformación de la materia" no es sino la transformación de nosotros mismos, en el medio donde nos ha tocado vivir, del que no funcionamos independientemente, que incluye tanto a Europa como América, pues en cualquier tramo del ciclo está latente la posibilidad de la liberación.

Viendo lo que somos en verdad y no suponiendo o imaginando lo que querríamos ser es que vamos a poder realizar nuestro trabajo.

En este sentido ese medio es también un reflejo de nosotros mismos en que podemos vernos una y otra vez espejados; no somos ajenos a él sino por el contrario, semejantes, ya que siendo la vida un conjunto de relaciones en movimiento estamos íntimamente vinculados a la sociedad actual, puesto que hemos nacido en su seno, por lo cual nuestra relación con ella es mutua, como igual sucede entre el micro y el macrocosmos.

El hecho de que nuestra vida individual se haya producido en la matriz, en el cuño de la sociedad contemporánea, no establece una diferencia esencial, sino secundaria, con respecto a otro hombre que hubiera nacido bajo el signo de otra sociedad cualquiera, es decir en un medio diferente, y en una época distinta, bajo otras estrellas.

El cosmos entero es un inmenso conjunto de relaciones armónicas en movimiento y la tierra es parte constitutiva de ese conjunto. Y es sabido que la armonía se logra a través de la desarmonía, puesto que este primer concepto no podría existir sin el segundo. Por lo tanto las aparentes desarmonías parciales no son sino la expresión en un mundo, o plano u orden, de lo que es la armonía del conjunto.

Asimismo la historia de las civilizaciones y las distintas etapas por las que ellas han atravesado son igualmente la expresión refleja de lo que les es inherente; en ese sentido es muy importante recalcar que el hombre actual se visualiza como histórico. De hecho no puede imaginar su existencia sin historia: los detalles anecdóticos de su personalidad prolongados en la cinta de la sucesión temporal constituyen lo que llama su ser, aquello con lo que se identifica. Siente lo mismo respecto al cuerpo social al que tiene que dotar de una historia, o un credo, para que sea "efectivo", "real".

En contra, para las civilizaciones tradicionales o culturas arcaicas, es decir para aquellas que vivían el Conocimiento y que nos lo legaron como la expresión suprema de su propia esencia, –por sobre todas las cosas o detalles– la historia era secundaria.

Al vivir el Eterno Presente, las dos caras de la sucesión –el pasado y el futuro– quedaban completamente anulados. Sin la ilusoria ansiedad de venir de algún lado para dirigirse a algún otro, simplemente eran; realizaban en sí aquello para lo cual habían sido diseñadas. Respondiendo así el modelo social a su estructura interna, en íntima relación con el cosmos. Cada uno de los individuos que participaban en ese orden, estaban incluidos también en lo que había inspirado ese orden mismo, su razón de ser. Así el esquema social no era arbitrario ni casual, ni todo el aparato cultural, su Tradición, una mera suma de convenciones cualesquiera. Sino que simbolizaban otras realidades que se manifestaban por su intermedio a los efectos de establecer un enmarque, apto para vivenciar diversos niveles de conocimiento y para efectuar diferentes maneras de existencia; por ello es que se dice que los orígenes de cualquier cultura son sagrados. De más está subrayar que esta frase en nada se refiere a la concepción de lo sagrado que en general posee el hombre contemporáneo. El cual, por otra parte, no es enteramente responsable, ni culpable de sus propias concepciones. Heredero de una Tradición degradada, habitante de una ciudad profana, que ha perdido la memoria de todas las cosas, teniéndose que identificar con ella para poder subsistir, es inevitable que el sello de la ignorancia –y por lo tanto del sufrimiento– se halle marcado sobre su frente. Y es interesante destacar que aquél que lleva esa marca indeleble, que le condiciona constantemente y en toda ocasión, no es otro que uno mismo, expresándose en concepciones de tipo histórico –y aún geográfico.

Aprendemos a comer, caminar, hablar. Aprendemos a simbolizar y a tener memoria. Y sin embargo olvidamos que absolutamente todo, en el hombre ordinario, es aprendido. Damos por supuestas todas esas cosas. Y como los demás hacen lo mismo, asistimos por un lado al espectáculo de la más increíble confusión de lenguas e incomunicación; por el otro al estallido de la violencia en todas sus formas y manifestaciones, directamente derivadas de esos supuestos, de esas valoraciones que juzgamos convenientes o inconvenientes, de acuerdo a personas, ideas, o cosas que aceptamos sin discusión, identificándonos con ellas por el hecho de que "son nuestras".

No es de extrañar entonces que los conceptos en una sociedad como la que nos toca estén muy netamente adulterados al punto de aparecer invertidos con respecto a una auténtica civilización o a una cultura "primitiva", que es lo mismo que decir con respecto al Conocimiento y la Sabiduría. No podría caber otra suerte a las imágenes relacionadas con lo sagrado a las que inevitablemente se asocia con lo religioso. Esta concepción infantil está emparentada con cualquiera que se arrogue la posesión de tal o cual deidad. La Verdad es una, y sólo en sus estratos más bajos se divide dando lugar en nuestro orden al hecho de la multiplicidad institucional. Como es obvio, la Verdad, en sí, nada tiene que ver con ninguna institución.

Por otra parte las diferentes iglesias, pseudoiglesias y sectas de hoy día– que cada vez serán más prolíferas, según se está viendo– no tienen un punto de vista, una visión diferente de la sociedad en que están insertadas (muchas de ellas son su producto), y más bien modifican todas sus ópticas –que en sus orígenes tuvieron un entorno sagrado– para subsistir en el medio actual. Esto se ha llevado a tales extremos que no es fácil distinguirlas, por una parte, de ciertas fraternidades o asociaciones de socorros mutuos, por otra, de las sociedades comerciales que se reparten la utilidad de diferentes balanzas de pagos y, últimamente, de bandas de simples forajidos.

La institución visible, lleva en sí el germen de su propia decadencia y de la humanidad a la que pertenece. Cuando los templos y las culturas terminan de construirse, de solidificarse, comienzan en ese momento su lenta degradación. Tal es la ley del ciclo; cuando por fin se ha podido constituir la cultura o la ciudad, –creada por sus constructores– cuando por fin el inmenso esfuerzo de unos pocos ha dado lugar a una codificación, es decir, a un orden, adecuado para la realización de la vida humana, este orden comienza a decaer. Su época de mayor brillantez corresponde a la de su mejor funcionamiento. Pero es esa propia "función" la causa de su "caída". La organización viva se va convirtiendo en un modelo mecánico. Con el tiempo, los hombres alejados de sus orígenes tomarán literalmente al modelo mecánico como la "realidad". Dicho de otra manera: confundirán sus propias concepciones culturales con la vida misma. Hecho particularmente doloroso cuando estas concepciones han ido perdiendo verdad en virtud de un desgaste inherente a cualquier ciclo.

En ese sentido es que se dice que en el ciclo solar el propio sol es el protagonista y la víctima del rito que simboliza a diario. En efecto, encerrado en su propia cárcel, no puede trascender los límites del amanecer, mediodía, atardecer y medianoche, o sea, de su "caída". Tampoco los topes que le imponen los solsticios y los equinoccios. En esa danza ritual, llegado al verano y al mediodía en su camino de ascenso, ya no puede sino descender hacia el otoño y el atardecer.

Si tenemos en cuenta que el ciclo solar comienza en Oriente y se pone en Occidente y que a este punto cardinal corresponden el otoño, símbolo del decaimiento experimentado por la naturaleza en ese período, y el atardecer, momento del ciclo diario en que cae la noche y se producen las sombras que dificultan la visión, podemos inferir algunas cosas interesantes.

Y no sólo aquellas que están relacionadas con el medio social actual, que se visualiza a sí mismo como occidental, sino también el hecho de que este mismo ciclo que vivimos tiene otro que le precede –en el que la sociedad y el ser humano individualizado pueden haber sido diferentes– y otro que le ha de seguir, es decir, otra humanidad; de ambos, lo ignoramos todo.

Lo que no podemos permitirnos es no saber nada acerca de las circunstancias que nos han tocado vivir. Debemos conocerlas porque ellas son las formas, los símbolos, en que se ha manifestado a nosotros la vida, al ser partes integrantes de la misma. Si no conocemos nuestro medio y no nos sentimos partícipes en menor o mayor grado de él, no podremos salir del mismo. Y entonces no tendremos más remedio que intentar una fuga imaginativa que, por otra parte, es lo que estamos habituados a hacer cotidianamente. Por el contrario, la primera labor del aspirante al Conocimiento es enfrentar el mundo que le ha correspondido. Es decir, verlo y oírlo, aunque estemos en la fase final del Kali-Yuga.

Para poder lograr este propósito, paradójicamente, es imprescindible que nos apartemos de él, pues estando confundidos en su devenir y habiendo extraído del mismo todas las valorizaciones que constituyen nuestro ser, debemos detenernos y observarlo desapasionadamente.

Esto es evidentemente una labor muy ardua, puesto que nuestra misma programación –con la cual no se nos ocurriría dejar jamás de identificarnos–, no es otra cosa que un sentimiento prohijado y acunado por el propio medio al que intentamos observar. En efecto, cuando se nos dice que nuestras concepciones son extraídas del ambiente no se nos está diciendo que este hecho se refiere sólo al intelecto, sino a la totalidad del ser humano; a las más caras creencias, las más arraigadas convicciones, los más puros sentimientos, o sea a la identidad del hombre ordinario, que es una alternativa de lo que le ofrece el sistema socio-cultural vigente en un determinado tiempo cíclico y cósmico. Con respecto a ello es que juega sus diferentes roles o papeles.

Va de suyo entonces, que lo que entendemos por Cultura no son las "artes" y las "letras" imperantes en uno u otro periodo, ni lo que comprendemos por Tradición son ciertos usos y costumbres válidos para un tiempo histórico. Ni siquiera es el catálogo de los detalles de esos diferentes pueblos. Una Cultura es la concepción internalizada de un modo coherente de ser, que vivencian todos los integrantes de la misma. Es un organismo vivo que a los efectos de su manifestación ha tomado una estructura determinada que la hace apta para la interrelación de sus distintos integrantes, cuyos canales se comunican entre sí con el objeto de satisfacer todas sus necesidades.

Esta forma particular de ver la organización, cultural o social, tiene especial interés no bien se reflexiona en que todas las ciudades o civilizaciones tienen un Origen Mítico, vale decir, sagrado. En un medio de esa naturaleza, la Tradición, en sí, no es sino la imagen del Mundo Arquetípico, Atemporal, que se expresa cíclicamente en la cinta del tiempo.

Y llama poderosamente la atención que todos los instrumentos culturales en donde se expresa en su función civilizadora, es decir, la Obra de sus dioses, semidioses, sabios o héroes, son unánimemente atribuidos a revelaciones supra-cósmicas, es decir supra-humanas.

Igualmente no es propio suponer que hay varios cosmos. El cosmos es uno solo como bien se encarga Platón de explicarlo en el Timeo. La sucesión de mundos o de ciclos de dimensión o duración indefinida es lo que se entiende conceptualmente por Cosmos. El ciclo del electrón vivo, el ciclo atómico insertado en el ciclo molecular, el molecular navegando en el celular, el celular presente en el ciclo humano, el humano desplazándose en el ciclo de la naturaleza, el de la naturaleza coexistiendo con el de la Tierra, el de la Tierra en todo dependiente del ciclo solar, el ciclo solar circunscripto al orden de su centro galáctico, el centro galáxico determinado por otro centro galáctico y así sucesivamente, en forma indefinida, es lo que constituye el concepto de Cosmos. Fuera todo es imposible, puesto que no puede existir algo que sea exterior a él. Cualquier posibilidad, de cualquier tipo, está excluida, por lo que el Cosmos es uno solo y la idea de la pluralidad de Cosmos o de distintas metafísicas, es una pura contradicción a lo que el concepto de Cosmos y Ciencia Sagrada significan.

El Cosmos no es la suma de sus partes, así como tampoco la Tradición es el conjunto de costumbres, morales y ortodoxias de un tiempo concreto, ya que su Origen está más allá de cualquier época o determinación.

Por lo tanto cuando se nos dice que algo es supracósmico, o constituye la Tradición, debemos comprender que se nos está hablando de un concepto que está más allá de la comprensión ordinaria del hombre. De algo invisible que no es aprehensible por los canales del hombre común. Algo que sin embargo es tan auténtico y real que llega a decirse que es la vida misma.

Este nivel de percepción (para llamarlo de algún modo) está íntimamente relacionado con los conocimientos directos de otras modalidades del tiempo y del espacio vulgares. Pues éste se halla aprisionado entre las paredes de su propio cosmos. Es decir, de todo aquello que ha sido capaz de concebir, ya que nada hay fuera del cosmos de nuestra conciencia. Estas concepciones se transmiten en el organismo humano –de ida y de vuelta– a través de los conductos del sistema nervioso, análogos a aquéllos por donde se revela la civilización, las calles por donde se comunica una ciudad.

Y es bien sencillo entender que esta última no es la suma de sus habitantes, ni la de los ladrillos de sus casas, ni tampoco tal o cual accidente geográfico o particular, aunque todos ellos sean parte constitutiva de la misma.

Sino que la Cultura que transmite la Tradición –no hay Tradición sin Cultura ni Cultura sin Tradición– es fundamentalmente un concepto, una idea, un espacio otro, para decirlo de alguna manera.

Esta visión se hace más clara cuando tomamos una parte constitutiva del modelo de la ciudad o una tradición particular. El templo o la casa-hogar es una réplica en escala del modelo social y de la revelación que lo ha prohijado. Tanto la ciudad, como el templo o casa-hogar, son espacios construidos, significativos, con respecto a la aridez del espacio amorfo y desértico que los circunda.

Estos espacios significativos, estos legados tradicionales, han sido creados a partir de materias preexistentes, indivisas, invisibles, y caóticas –en el más alto grado de esta expresión–, tal como se dice en todos los génesis; la obra de la creación es efectuada por el Demiurgo y sus auxiliares.

Tanto en la ciudad, como en el cosmos, el creador (o creadores) está siempre presente pero no es ninguna de las partes de los mismos. Toda la construcción es el producto de una idea primigenia, de una concepción inteligente que se desarrolla a partir de un centro, de una síntesis conceptual, por intuición directa.

Y así como nosotros no somos nuestro corazón o nuestros pulmones, ni nuestro hígado o pies o manos, sino que las relaciones entre todos constituyen un organismo vivo, así también las diversas relaciones reveladas conforman la Tradición y el Cosmos y sus ciclos. Sin embargo esta limitación impuesta por el cosmos mismo, del que dependemos en todo para vivir, del que somos hijos, es decir hechos a su imagen y semejanza, puede ser trascendida por su propio medio y el de la Tradición que ha prohijado.

Efectivamente, las "vibraciones" del creador están siempre presentes en su obra aunque de modo inmanente. Es decir, ocultas bajo la forma de la idea o la inteligencia creadora. Esta idea o inteligencia es de otro orden con respecto a la construcción material a que da lugar. Es "anterior", en el tiempo sucesivo, a la construcción manifestada, pero coexiste perfectamente con ella. Es otra dimensión del tiempo lineal que se puede decir está "más allá" del mismo; que lo trasciende y le da su verdadero sentido.

Así acontece con el mundo pues la idea que tenemos del mismo está relativizada por sus partes constitutivas; pero del mismo modo que un espacio cualquiera, una habitación por ejemplo, no es la suma de sus constituyentes sino que fundamentalmente conforma una idea "anterior" que la habitación o espacio simbolizan, y que está implícita en la habitación o el espacio mismo, así la Tradición no puede sujetarse a estas o aquellas normas…

Lo que se trata de decir en definitiva es que tanto el cosmos, como la cultura, son limitados. Y que esa limitación es la que marca nuestro condicionamiento. Por otra parte son esas mismas estructuras las que permiten salir de ellas y exactamente para eso es que han sido diseñadas; tal el caso de la Tradición, pues así como el movimiento cósmico es el que nos da la idea de la inmovilidad, así también el límite es el que nos da la idea de lo ilimitado.

La Cultura es entonces una ausencia que nada tiene que ver con la información o la historia, algo que no es la estadística del hecho cultural sino más bien su negación. Análogo es lo que sucede con la emanación cósmica. No es esta o aquella parte del cosmos, o su "energía" lo que interesa, sino comprobar que esta realidad es inexistente como tal, más allá de sus mismos límites.

Ello se simboliza por la piedra que corona la obra constructiva y que es también el origen y la salida del cosmos, aquello que establece un contacto con "otros mundos", es decir con otras relaciones espacio-temporales, que como todas las cosas, sólo se perciben en la interioridad de la conciencia.

Todo esto se encuentra en estricta relación con lo que es la Tradición, Unánime y Perenne, siempre presente y vertical, tan válida para hoy como lo ha sido siempre y lo será para cualquier otro manvantara, o humanidad, ya que es Eterna y simultánea, simbolizada por el Polo como puerta de entrada y salida a lo supracósmico, origen y fin de cualquier manifestación, en contra de la visión perpetuamente histórica de los que por sus limitaciones tradicionalistas sólo pueden imaginar sociedades ideales, tan confusas en su vaga imaginación como las proyecciones de sus frustrados anhelos.

En la actualidad cualquiera de los interesados en buscar un camino espiritual se encuentra con un panorama que, por decir lo menos, es caótico en el sentido más bajo de la expresión.

En efecto, lo primero con que suele tropezarse es con aquello que se ha dado en denominar la "New Age", el más numeroso y heterogéneo agrupamiento de distintos movimientos en los que las sectas juegan un papel primordial y son capaces de poseer millones de miembros en sus filas. A ellas se unen numerosos grupos de origen oriental, aunque es importante aclarar que muchas de las sectas poseen ese mismo origen; estos grupos tienen principalmente diferentes grados de acercamiento con el hinduismo y su tradición -como sucede en la propia India-, o con formas degradadas de la misma como puede observarse en indefinidos gurúes que, en base a cierta terminología y prácticas de meditación, han fundado sus propios "ashrams". En ello son iguales a distintas personalidades que van por la libre y mantienen ideas de tipo psicológico o sexual, que incluyen "canalizaciones" o prácticas supuestamente basadas en el tantra yoga. La totalidad de estos dirigentes son profanos, por no decir absolutamente ignorantes de la Ciencia Sagrada y creen, como la ciencia profana, que el mundo está evolucionando, progresando, hacia la culminación de sus pretensiones espiritualistas. A ellos se suman psíquicos, mánticos, curanderos y espiritas de diferentes denominaciones. Todos ellos tienen algo fundamental en común que los identifica inmediatamente: la creencia -consciente o no- en un espiritualismo material, es decir la necesidad de que sus prácticas se relacionen con situaciones personales y sus necesidades en el nivel más bajo e individual.4 Dentro de este planteo caben numerosos movimientos pseudorreligiosos, o religiosos, con la distinción de que estos últimos no pretenden ningún esoterismo, sino sólo la salvación de sus fieles en otro mundo.

No pretendo aquí hacer un listado de las distintas modalidades del "esoterismo" actual, lo que por otra parte llevaría más de un volumen, sino destacar algunas características de estos movimientos entre los cuales deben incluirse no sólo las indefinidas sectas ya mencionadas, sino también a los "cazadores" de sectas. Con ellos conviven en Occidente verdaderas tradiciones como el Budismo Mahayana, la Masonería, la Tradición Hermética, el Zenbudismo, alguna tradición arcaica, ciertos autores fiables como René Guénon, Mircea Eliade, Walter Otto y Alan Watts, entre muchos otros y el esoterismo de las Tradiciones Abrahámicas; aquí habría que hacer una distinción importantísima entre el esoterismo cristiano, y el "cristianismo esotérico" -y lo mismo ocurre respecto al esoterismo judío, e islámico- el cual toma a la religión como base imprescindible de la metafísica, desvirtuando así la auténtica Ciencia Sagrada, el Conocimiento Tradicional, poniéndolo a un nivel piadoso y dogmático que, hemos visto, necesariamente desemboca en fanatismos de distinto tipo, por lo que a veces puede considerárselos aún más peligrosos que los mencionados anteriormente, ya que estos últimos buscan la salvación, o la conversión de la humanidad, por cualquier expediente que sea, y aquellos, la mayor parte de las veces no sobrepasan la órbita individual y no ejercen ningún tipo de apostolado, ya sea protestante, católico, o islámico; aunque ello no es válido para el judaísmo, cerrado en sí mismo.

Por otro lado queremos observar que quienes se acerquen hoy con ingenuidad y objetividad a los pocos medios esotéricos tradicionales existentes en Europa y América podrán observar la animosidad que existe entre ellos, el amiguismo y las cuestiones personales que los distinguen, cuando no diferencias de nivel en cuanto a las experiencias que tienen de la Realidad, poseyendo a veces sólo ideas debidas a meras referencias librescas e históricas; sin mencionar que las religiones creen que su Dios privado conforma la única verdad, de la que excluyen cualquier creencia, o usos y costumbres diversos, incluso la existencia de diversos dioses, o nombres de poder, ángeles y arcángeles, que curiosamente existen en su cuerpo doctrinal aunque ellos parezcan no saberlo, o consideren son sólo alegóricos.

Es lógico para quien comienza un camino desconocido que pueda extraviarse en él; de esa cuenta unos se pierden al tomar de modo literal algunos conceptos, o creen indispensable practicar determinadas dietas, de las cuales el vegetarianismo ocupa el lugar más destacado, asociadas incluso a determinadas concepciones relacionadas con la salud y el mantenimiento corporal, subordinando el alma -sin hablar del Espíritu- a la modalidad más grosera de la manifestación. Hasta el paso por alguna, o varias organizaciones New Age y la ejecución de determinadas prácticas puede ser valioso, en cuanto sirva de modo negativo para abandonarlas, por encontrar con el tiempo que no correspondían a sus necesidades espirituales. Esto puede estar ligado a los peligros que se asocian con el transcurrir por cualquier camino y puede ser puesto en relación con el precepto evangélico de que hay que perderse para encontrarse.

Pero quien acepta apriorísticamente ciertas ortodoxias de cualquier tipo sin reparar en ellas, no está ni siquiera permitiéndose extraviarse en la senda de lo que se supone es el Conocimiento. Esto se halla dado ya desde el comienzo por la forma en que se enfrenta el hecho de Conocer: como una búsqueda y aventura del alma, sedienta de sí misma, o como la sumisión a una estructura que generalmente se encuentra adulterada por la creencia, o sea por una especie de suma de axiomas, absorbidos casi con criterios administrativos, aceptados de modo pasivo y lineal, sin claroscuros, y sin la Pasión, que la antigüedad denominó Furor; en cuanto a los peregrinajes, para poner un solo ejemplo, la confusión con caminatas deportivas u otros ejercicios más o menos profanos es a veces evidente. No se puede salir del laberinto cuando éste ni siquiera existe, lo cual es propio de medios esclerotizados que confunden al psicopompo con lo pomposo.

En ese sentido nos hemos preguntado más de una vez qué interés pueden tener ciertas personas en un supuesto esoterismo a no ser como hobbie, o por no tener otra cosa que hacer, o aún peor, para destacarse respecto a sus semejantes.

Aquí también cabría referirse al fanatismo tomado como una creencia en sí, propia, entre otros, de los autollamados tradicionalistas, que a través de un autoritarismo esencial pretenden juzgar a los demás, de acuerdo a una hipotética ley divina y humana, la cual no sólo está de su lado sino que les exige que se cumpla, siempre, es claro, según sus criterios y las circunstancias aleatorias, que suelen inventar a su antojo con la misma belicosidad. Pues se trata de tener un enemigo y actuar contra algo para ellos mismos sentirse unificados, para pensar que son, o para "ser" una cosa, aunque ésta fuese una sombra proyectada sobre otra.

Esto suele generar la falsa idea de una élite a la que se aspira. Si verdaderamente eres de una élite, casi no te enteras de ello, y no tienes ninguna pretensión al respecto, igual que si eres un ser noble no tienes aspiración a serlo, lo eres por naturaleza. Querer pertenecer a una élite, según lo comprendemos, es bastante como querer ser de "la sociedad" o aparecer en la "prensa del corazón", o sea ambiciones meramente profanas; o lo que es lo mismo que apetecer ser un miembro conspicuo de un entorno donde no sólo se es "brillante" -o "respetable"-, sino que se adquiere una "notoriedad", desde luego egótica, olvidando aquello de que "mi reino no es de este mundo"; todo ello adornado de una tonalidad moral pacata que envidiaría cualquier puritanismo, y que resulta mucho más hipócrita, cuando se les observa en su accionar delincuencial, que tal vez ellos imaginen como una guerra santa. Para nosotros es claro que si alguien se siente llamado hacia la Suprema Identidad y no se identifica con ningún condicionamiento, de hecho debe tener una sólida moral de base (la valentía, la generosidad, el desprendimiento, etc., es decir la virtus romana) para encarar tamaña aventura, y no aspira a ser un buen ciudadano ni al perfeccionamiento ético ya que ello es un índice de que no se lo posee. No hay mayor garantía para luchar con las pasiones que la entrega a la Belleza y la Verdad, o sea al Conocimiento. Empero, debemos advertir que, en estadios inferiores de esta senda se adquiere cierto poder y son numerosísimas las personas que se quedan enganchadas en este mundo oscuro, las más de las veces provocado por el resentimiento de no avanzar hacia la fuente luminosa que nos da el ser, es decir la asimilación con el Ser Universal, que sólo da la Gracia, y no las acciones. "Muchos son los llamados, y pocos los escogidos". (Mateo 22, 14)". En este mismo sentido señalaremos al pasar que el tema de la traición aparece en distintas tradiciones, pero se encuentra singularmente destacado en el cristianismo, en el caso obvio de Judas (e igualmente en la Masonería con la muerte de Hiram -recordemos también que Dante sitúa a los traidores en el círculo más profundo del Infierno), y en el Islam, en las raíces mismas de la constitución del califato, transparente en el asesinato de Alí, ocurrido pocos años después que el de 'Utman, el tercer califa, y seguido por el de su hijo Al-Husayn quien aseguraba la descendencia del Profeta ya que Alí sólo era el esposo de Fátima, es decir su yerno. El problema del mal se encuentra así entretejido en la historia del bien, sin ser negado, o mejor, es asimilado a la historia del sacrificio, dando lugar al mito del traidor-héroe.

Volviendo al tema de las sectas puede observarse que, en particular el cristianismo, en vista de la popularidad de alguna de ellas, en especial entre los jóvenes, decidió perseguir y satanizar estas alternativas por un lado, por otro tomar muchas de las características de la New-Age, modernizarse, con el objeto de atraer a un público que irremisiblemente se alejaba de él.

En el caso del Islam, donde en ciertos núcleos hasta la obra de Ibn Arabi no sólo es sancionada, sino prohibida, la forma que toma esta subversión y rechazo a todo lo que no se imagina como propio, y la necesidad de imponer su espada sobre el resto llegan al extremo de hacernos creer que la shariyah es el tasawwuf, y organizaciones religiosas adulteran el sentido de la Paz, la Sumisión y el Amor, es decir la vía de Sufí, y al auténtico islamismo, al identificarlo con intereses particulares, ligados a lo histórico y relativo. En Occidente suele creerse que hay algo monoblóquico llamado Islam, cuando al contrario éste se encuentra dividido desde su comienzo en shiítas y sunnitas -e incluso los igualmente ortodoxos khâwarij-, división que por cierto existe aún, y que ha dado lugar a innumerables fragmentaciones, que igualmente sacan la espada unas contra otras, imaginando cada una de ellas que su posición es la verdadera, con un odio tal, que palidecen las reyertas cristianas; sin embargo, este odio común hace que en estos momentos se unifiquen en Occidente algunos sectores de estas religiones entre sí, en el fanatismo común, intelectual y moral, que tratan de vender con el nombre de tradicionalismo.

De hecho es correcto que no se puede ser sufí sin ser musulmán y está claro que el estudio del Sagrado Corán y los hadith y la profundización en la lengua árabe -asunto este último que también es casi indispensable en otras tradiciones como el taoísmo, el budismo mahayana, etc.- son propios de ella, sin embargo, estas posibilidades ni siquiera se les brindan a aquéllos que son engañados por grupos -desgraciadamente con numerosos integrantes hoy en Europa y América- que ofreciéndose como tariqah (verdadero esoterismo) sólo se dedican a la ley, o shariyah, e insisten en que el cumplimiento de ella, del modo en que ellos la comprenden -inclusive tienen pretensiones políticas-, es decir de modo arbitrario la mar de las veces, es el tasawwuf (iniciación), y que el cumplimiento de sus normas y requisitos son requerimientos indispensables para obtener las bendiciones de un conocimiento que no pasa de lo religioso.

Desde luego no es así en todos los casos, pero son mayoría la impostura de estos movimientos que, como en el caso del cristianismo y la New Age, tratan de aprovecharse amparados en la confusión y en las necesidades espirituales que caracterizan al Fin de Ciclo. Debemos agregar que algunas personas creen que ser descendiente directo del Profeta es una garantía con respecto al Conocimiento, por lo que se debe destacar que de su descendencia se dan, y se han dado, todo tipo de casos, y en la época actual se conocen alternativas de dirigentes políticos -sin duda musulmanes- que no han tenido ninguna vinculación con la metafísica, como los fallecidos reyes Hussein de Jordania y Hassan de Marruecos, o notorios play boys como lo fueron hace unos años el Aga Khan y su hijo Ali Khan, sin contar a fanáticos religiosos, inclusive a conocidos asesinos, o a personalidades que costaría reconocer como islámicas, de lo que sólo llevan el nombre, y que de tradicionales nada. Están asimismo quienes disputan y se invalidan entre ellos la línea genealógica, que con tantos siglos y tantas esposas no siempre será suficientemente clara.

En varias oportunidades hemos hecho notar la existencia de un auténtico esoterismo cristiano, islámico y judío, pero también hemos advertido la dificultad de llegar a él por medio de las organizaciones que toman a esas religiones y sus aparatos como base imprescindible para la realización metafísica. Y que oran a un Dios externo ajeno a ellos mismos. Igualmente hemos advertido aquí sobre otros grupos relacionados con la New Age y también sobre las fantasmagorías al respecto. Con respecto a la Masonería, institución iniciática occidental por excelencia, el panorama no es más claro, aunque ha podido observarse en los últimos años un interés creciente en las logias por investigar en sus orígenes y acerca de sus auténticos contenidos. Tampoco es fácil, a veces, ligar con talleres que practiquen sus ritos con auténtico espíritu Tradicional y donde se provea al aprendiz -iniciado virtual- de los elementos que le permitan acceder adecuadamente a la Enseñanza. Empero, en la mayor parte de las logias se ha mantenido el rito iniciático, reflejo del rito cósmico, y cualquier hermano por su propia meditación en los símbolos que se le ofrecen y los ritos que practica puede llegar a la comprensión del modelo del Universo, paso previo para encontrar allí su salida a otros planos o niveles de conciencia, es decir, a otros mundos, que aún invisibles o informales son tan reales como lo que se percibe con los sentidos. Esto supone como en toda iniciación el ascenso a través de una escala, por medio de grados, en la que cada cual podrá llegar a su destino, de acuerdo a sus necesidades o capacidades, como todo en la vida. Agregaremos que esta Tradición ha sido en una época Hermética-Cristiana en su forma de manifestarse, pero jamás un "Cristianismo Hermético", lo cual salta a la vista por la respectiva antigüedad de ambas Tradiciones, sin mencionar otros motivos de diferente orden, o nivel.

Sólo queda señalar algunos otros peligros que puede encontrar aquél que se interese en la vía de la realización intelectual-espiritual.

En efecto, acabamos de utilizar los vocablos intelectual y espiritual como equivalentes, según la interpretación que Guénon da de ellos, ya que la sabiduría como tal es una forma de la santidad, y no necesariamente esto es válido de modo inverso, cuando se supone que lo "milagroso" o lo "legal" en el plano natural es lo sobrenatural. Empero la Sabiduría y el Conocimiento, por una cuestión de terminología podrían confundirse con una falsa intelectualidad y muchas veces, aún peor, con la erudición y catálogos de citas, nombres, fechas, referencias, a saber: con inmensas minucias.

En ese sentido debemos sentar nuestra crítica a las universidades y a su labor profana, las que son manejadas por personajes adocenados, que posan de sabios y consideran a la universidad más importante que el Conocimiento al tomar a su pequeña erudición como sabiduría, o sea a lo que se entiende por referencias librescas como lo más importante, y valoran a los autodidactas -así el caso de nuestro guía intelectual René Guénon- como algo menor. No se hagan ilusiones los aspirantes: en la senda del Conocimiento todos somos autodidactas en busca del Maestro Interior y no hay universidad que nos conduzca a la Suprema Identidad.

Esta actitud que acabamos de describir se debe, en numerosas ocasiones, a un tipo de conservadurismo al que nos aferramos y que impide nos desprendamos de lo que es nuestro tesoro. De hecho, la frase evangélica acerca de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los Cielos" (Mateo 19, 24), no sólo se refiere a aquellos que atesoran dinero, sino a todos los que son o se consideran ricos en cualquier cosa, así eso sea la inteligencia, la virtud, la ciencia, el arte, la belleza o lo que fuere. Muchas veces se ha tomado el ejemplo de que si la copa del ego está llena, es imposible que pueda recibir los efluvios de lo celeste, las emanaciones divinas. La adquisición del Conocimiento, la Buena Nueva, es incompatible con un espíritu ahorrista que guarda algunas migajas "por si acaso". En la senda de la Iniciación esto es imposible dado que no se puede servir a dos amos a la vez. En definitiva en lo que se es más rico es en prejuicios e ilusiones, a las que asignamos valor sólo por los mecanismos de nuestra mente dual, la cual condiciona -cuando no programa- nuestras pautas de comportamiento.

Conclusión

En definitiva se debe considerar a este Fin de Ciclo, y a la Historia (tiempo) como moldeada constantemente por el Demiurgo que produce la permanente Obra de Arte, el diseño creacional. El fin de la Historia, es pues, quién lo duda, el fin del tiempo y la muerte de este Demiurgo.

La Historia del mundo (la de la Creación) es el desarrollo de la potencialidad de la semilla, génesis que incluye un ascenso (niñez, juventud) y un descenso (madurez, vejez) y es coronado por un apocalipsis.

Si se considera a este apocalipsis como el viaje del alma post-mortem, es decir como la descripción del proceso iniciático, que transmuta y da sentido a la creación, la Historia del mundo, pero igualmente la del hombre, serían una revelación y adquirirían una nueva dimensión, es decir, un sentido último, que posibilitaría el origen de cualquier otro desarrollo.

La Tradición, es decir el Arquetipo en acción, es idéntica a la actualización permanente del ser -que jamás ha salido de sí- y su reabsorción en el Sí Mismo cuando esa Tradición se acaba y cesa de girar el movimiento de la Rueda. Este instante de detención, análogo al solsticio en el año, y por lo mismo de simultaneidad, es la coyuntura por la cual el tiempo se hace Eternidad, lo cósmico es un soporte de lo supracósmico, y se realizan otros estados del Ser Universal, y donde una vez que este tiempo es absorbido por el espacio, da lugar a un nuevo mundo, a una nueva humanidad, fabricados por un nuevo Demiurgo, por su perpetua readecuación a las leyes de los ciclos.

El misterio de todo esto que para algunos es la culminación y el sentido de su vida, a otros no debe quitarles la Esperanza y la auténtica Fe en un mundo futuro, virginal y nuevo, con la frescura de otro amanecer, al que debemos arribar por medio del sacrificio, y aun del sufrimiento que caracteriza a cualquier re-generación, después del cual ya el dolor, la enfermedad, la ignorancia y la muerte han sido de una vez por todas abolidos, contemporáneamente con la entrada al Paraíso de una Nueva Edad de Oro, tanto para nosotros como para nuestros semejantes.

2 comentarios:

  1. Se olvidó usted de poner al autor de este texto: Federico González (https://simbolismoyalquimia.com). Texto que fue publicado en la Revista Symbolos y posteriormente en su libro "Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon" (Sevilla, 2001). https://www.findeciclo.com

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