miércoles, 9 de diciembre de 2009

El extraño caso de los Golluts. La lucha entre la religión y la ciencia.

Golluts

Andrés Adolfo Retzius, anatomista y antropólogo sueco, publicó a principios del siglo XIX una serie de trabajos sobre la anatomía del cráneo humano. Trabajos que permitieron abrir el camino a la ciencia de la antropología, en aquellas fechas una disciplina todavía por nacer. La principal aportación de Retzius en aquel campo, "Estudio comparado de los cráneos de las diferentes razas humanas" (1832), estaba fundamentada en la teoría de que las primeras etnias que poblaron Europa durante los tiempos prehistóricos, eran de origen mongólico o tartárico.

Unos años más tarde, los avances de la sociedad civil, tanto en el campo de las ciencias como en el terreno social, produjeron una enorme inquietud en el seno de la Iglesia católica. Como consecuencia de ello, Pío IX, el Papa de la época, publicó en 1864 su encíclica Syllabus errorum, donde condenaba radicalmente a las instituciones no tradicionales, en este caso las no controladas por la propia iglesia, o todas las nuevas teorías sociales en boga, tales como el sindicalismo, el liberalismo o la democracia.

En la misma encíclica, Pío IX propugnaba la vuelta inmediata de los poderes temporales, incluidos los de los propios estados, a la sumisión incondicional dimanada de las directrices eclesiásticas y más concretamente a las del propio Papado. Siguiendo aquella misma línea fundamentalista, cinco años más tarde y tras un Concilio Vaticano, se promulgó el dogma de la "infalibilidad" del Papa, un tema todavía hoy candente.

En las conclusiones del mismo Concilio se definían las relaciones que deberían existir en el futuro entre la religión y la ciencia. Según aquellas conclusiones y dado que el Vaticano poseía el depósito "sagrado" de la fe, se arrogaba para sí el derecho de instruir a todos los hombres. Es decir, el derecho a la educación. Un derecho fundamental que en Europa tímidamente empezaba a pasar a manos del estado laico. Al mismo tiempo se expresaba enérgicamente, el "deber" que tenía la Iglesia de condenar sin paliativos a la ciencia en general, dado el enorme peligro espiritual que representaba aquella al inducir a los hombres al racionalismo o al ateísmo, según la Santa Sede, dos enormes males.

De igual manera, se prohibió a todos los fieles cristianos el creer o el sostener las conclusiones que por otra parte estaba extrayendo la propia ciencia y más aún las que fueran contrarias a la doctrina "Revelada" por la Biblia. Máxime cuando algunas de aquellas mismas conclusiones ya habían sido condenadas anteriormente por la propia Iglesia, recordándoles de paso que deberían tener muy en cuenta que dichas conclusiones científicas eran "graves errores revestidos con la apariencia de verdad...".

NEGAR LO EVIDENTE

En aquel ambiente enrarecido, la Iglesia también se negaba a aceptar, por ir contra la "fe revelada", ciencias tales como, por ejemplo, la geología (el estudio de la antigüedad de la Tierra), la arqueología (la búsqueda de restos prehistóricos), o la propia antropología (el estudio de los restos humanos prehistóricos), sin dudar un ápice en excomulgar, con todas las consecuencias que ello representaba, a los científicos más avanzados que tenían el valor de poner en duda públicamente y con pruebas, por ejemplo, la hipotética fecha de la creación de la Tierra establecida de antiguo por la Iglesia, o la creación de un Adán perfecto, tanto en lo intelectual como en lo físico, "a imagen y semejanza de Dios".

El motivo residía en que los cálculos sobre la supuesta edad del mundo o sobre la idílica visión de un Adán primigenio, o respecto la creación de todos los animales conocidos, temas todo ellos supuestamente ya resueltos de antiguo por los teólogos católicos, por medio de las páginas de la Biblia, una fuente "inspirada" en su caso por Dios, estaban entrando en brutal colisión con la edad auténtica de la Tierra, con los restos aparecidos de los primeros homínidos, o con el descubrimiento de los restos fósiles de los grandes saurios. Hechos que hacían tambalear la hasta entonces firme y monolítica fe religiosa o a la propia "Revelación" divina, abocada ahora a un callejón sin salida.

Por otra parte, España era uno de los países europeos más reaccionarios, y donde el peso específico de la Iglesia se hacía más patente en todos sus estamentos sociales. De ahí la valentía de determinados intelectuales empeñados tozudamente en iniciar la vía del racionalismo científico, aparcando incluso a un lado su propia fe religiosa, actitud que les llevó a tener que buscar campos donde dicho enfrentamiento entre ciencia y religión fuera clarificador para el gran público, muy conscientes de las graves consecuencias personales que ello les reportaría. Un ejemplo de ello fue, sin duda, el caso de Miguel Morayta y su implicación en el asunto de los Nans o Golluts de Ribas.

LOS ENANOS DE RIBAS

Enano de Ribas El principal responsable de aquella historia, el madrileño Miguel Morayta de Sagrario, era en aquellos días catedrático de Historia de la Universidad Central de Madrid y abogado, y a su vez autor de la primera carta pública en la que se denunciaba la existencia del Nans o Golluts de Ribas. Por lo mismo, responsable intelectual de la polémica que se suscitó en aquellas fechas, aunque sus antecedentes anticlericales ya habían comenzado un año antes, al haber sido excomulgado por la iglesia española, al poner en duda lo que él consideraba un -hipotético- Diluvio Universal, durante su discurso inaugural del Curso Académico de la Universidad de Madrid.
Así mismo, en sus años de estudiante, Morayta había sido fundador junto a Castelar y Canalejas del Eco Universitario. Después sería, sucesivamente, diputado republicano, ex-secretario de la Junta Revolucionaria de Madrid en 1868, secretario general del ministerio de Estado a la proclamación de la I República en 1873, o miembro fundador del Gran Oriente Nacional de España, donde alcanzó el cargo de Gran Maestre en 1889. Autor prolífico de obras de historia pura, en 1898, Morayta sería acusado por los conservadores de ser el "autor intelectual" de la sublevación de Filipinas.

Aquella excomunión eclesiástica no impidió precisamente el que Morayta volviera a la carga en 1886, aprovechando sus vacaciones estivales en el valle de Ribas (Gerona). Aunque en aquella ocasión, a diferencia de la anterior, el tema tenía mucha enjundia, ya que se trataba de una denuncia sobre la posible existencia de restos vivos de una primitiva raza tártara en aquellos valles, de acuerdo con las teorías del antropólogo sueco Retzius. Y no se le ocurrió mejor tribuna para el debate que exponer el tema desde las páginas de la prensa madrileña.
Morayta debió ser consciente de que al exponer el caso de los "nans" (enanos) de Ribas a través de la prensa, explicando de forma dramática y con todo lujo de detalles los aspectos físicos de aquellos infelices, aquejados endémicamente de cretinismo y bocio, se generaría un lógico enfrentamiento entre los partidarios de la teoría de la evolución por un lado y de sus detractores por el otro. Estos últimos divididos en dos grandes bandos también opuestos; los ultra conservadores religiosos y los "higienistas", como así sucedió.

La aparición de su artículo-denuncia en un diario concreto de Madrid, dirigido personalmente a Manuel Antón Ferrándiz, un importante miembro de la Academia de Ciencias Naturales, produjo el efecto esperado. El alicantino Antón, además de ser antropólogo y zoólogo, era licenciado en Física, doctor en Ciencias, profesor de antropología de la Universidad Central de Madrid, director de antropología del Museo de Ciencias Naturales, diputado conservador o descubridor del primer cráneo de Cromagnon en España.

El hecho de que Morayta escribiera una carta a su amigo Antón desde el Hotel-Balneario Perramón de Ribas, el día 20 de agosto de 1886, lugar donde habitualmente pasaba sus vacaciones estivales, no tendría mayor importancia, si dicha carta no hubiera sido dirigida al diario El Globo de Madrid. Por otra parte, tanto Morayta como Antón residían de habitual en Madrid, y por ello resultaba anormal la forma de hacer llegar la información, salvo que el interés de Morayta residiera en que la misiva tuviera la notoriedad que tuvo, apuntándose él mismo un tanto, al publicarse en las páginas de aquel diario el día 9 de septiembre siguiente.

Otro hecho destacable fue que Morayta no actuaba por iniciativa propia, sino al parecer por encargo de Antón. El encabezamiento de la carta así lo apuntaba: "Querido amigo: cumpliendo mi promesa de darle cuantas noticias he podido recoger relativas a aquellos habitantes...". Comentario del que se desprende que Morayta, previamente, ya había hablado con Antón del tema en Madrid, o que su papel en aquella historia se redujo a investigar la vida y milagros de los Golluts, comunicándoselo después a Antón. Por otra parte, Morayta era historiador de profesión y su incursión en un campo tan ajeno como la antropología no hacía más que reafirmar que aquella obedecía a un encargo específico del propio Antón, antropólogo de carrera. Pero, ¿motivado por qué?

La existencia de los Golluts en Ribas o en los pueblos de aquella misma comarca no era ni mucho menos desconocida. Es más, la gente docta de la región ya hacía tiempo que catalogaba a aquellos infelices como semi-cretinos o cretinos, atacados además de bocio endémico, fruto de la miseria del medio en que vivían y propiciado por la endogamia entre personas ya diagnosticadas clínicamente como fatuos o dementes. De hecho, el caso del valle de Ribas no era único, ya que existían también individuos afectados de las mismas o similares lacras en el Montseny, en el Moncayo o en Almería. Luego, ¿qué indujo a Morayta y Antón a pensar que los de Ribas eran diferentes?

Determinados párrafos de la carta de Morayta, inducían también a pensar en un trasfondo en el cual se entremezclaban intereses de todo tipo. He aquí un ejemplo: "... He procurado, amigo Antón, proporcionarme, para hacérselos llegar, unos cuantos cráneos y huesos de estos nanos; pero mi diligencia ha chocado contra la preocupación...". Preocupación ¿de quién? o ¿por qué?

Habría que matizar que la preocupación que apuntaba Morayta, residía con toda probabilidad en una simple cuestión económica, ya que de continuar adelante aquella investigación, la publicidad, en este caso negativa de la comarca, podría llegar a afectar los intereses de determinadas personas de Ribas, pertenecientes en particular a las clases más pudientes.

De hecho, hacía muy pocos años que las famosas aguas de Ribas, que se podían tomar en un balneario concreto, estaban fomentando un turismo incipiente pero acaudalado, que por otra constituía una fuente local de riqueza alternativa, y a su vez condicionaba una inversión económica en nuevos establecimientos hoteleros, inversión o negocio que podía verse truncado de hacerse pública la existencia, en una barriada muy concreta de Ribas, de un buen número de semejantes fenómenos, hecho más que suficiente para espantar al turismo.

Es también muy probable, que en aquellas mismas personas residiera también la potestad, al ocupar convenientemente los cargos públicos locales, de dar los permisos necesarios para poder inhumar restos humanos en el cementerio de la población, y que aquellas mismas personas, como salvaguarda de su inversión, negaran dicha inhumación a Morayta, porque el estudio de aquellos restos proporcionaría una mala publicidad al pueblo y a sus propios negocios.

Posiblemente por ello, Morayta se planteara el escribir una carta pública, con el beneplácito de Antón, porque si el tema resultaba interesante entre los medios antropológicos, ello permitiría a las autoridades nacionales tomar cartas en el asunto, con lo que las dificultades de Morayta podrían ser salvadas mediante vía administrativa, con independencia de los intereses particulares locales.

Por el contrario, en aquella lucha de intereses también había otras personas, aparte de Morayta, muy interesadas en que se diera publicidad al tema del hallazgo de posibles individuos descendientes de una raza tártara, al menos es lo que apuntaba Morayta: "... Si se cumplen ofertas hechas, documentos de estos (se refiere a los Golluts) [...] bastaran para determinar la existencia de hechos históricos...".

El anterior comentario, a pesar de ser oscuro, apuntaba a que Morayta tuvo en la mano o supo de la existencia de determinados documentos concretos que certificaban la llegada y asentamiento de la discutida raza tártara, de la cual podrían resultar descendientes aquellos extraños seres. Hecho que da en suponer, que al hacer público aquel comentario, Morayta, está muy seguro de la autenticidad de los mismos, ya que en el envite se jugaba su propio prestigio como historiador.

Impaciente, Morayta, no pudo reprimirse la lengua avanzando a Antón parte de aquella historia: "...aquí van estas noticias. Ellos (los documentos), creo, han de servir [...] porque podría ser... que en este Valle de Ribas se de la prueba viviente que hubo en Europa... una raza tártara...". En este comentario, Morayta, está jugando muy fuerte, al apuntar todo de nuevo a la certeza que estaba manejando una documentación auténtica, salvo que califiquemos a Morayta de persona inconsciente, cosa que su propia trayectoria posterior desmiente.

Y remataba el comentario de que todo lo anterior estaba avalado por "observaciones muy valiosas, [...] por la autoridad del que las hizo...". En este párrafo, Morayta, prudentemente, guardaba silencio al no dar el nombre concreto de la persona a la que se refiere, pero, es indudable que para él, aquella misma persona, merecía todo su respeto ya que debía tratarse de alguien muy conocido dentro de los círculos intelectuales y científicos, aunque probablemente fallecida. El comentario realizado en tiempo pasado apunta a ello.

De ahí que el tema de los "golluts", o "nans" de Ribas, pasara a ser orden del día dentro de los temas que se discutían de habitual en la propia Academia de Ciencias de Madrid, y que como tal figure en sus actas. Sin embargo, en el seno de la Academia, nadie se atrevió a recoger el guante lanzado por Morayta, o bien porque dieron por sentado que se trataba de simples cretinos, en el sentido médico, y no de descendientes de primitivos tártaros, o porque al no ser la mayoría de sus miembros partidarios de la evolución, negaban de por sí, siguiendo a la Iglesia, semejante posibilidad.

El tema también saltó a las páginas de otro diario de prestigio; La Vanguardia de Barcelona, si bien el corresponsal se limitó a "fusilar" la carta de Morayta no atreviéndose el periodista a entrar en más honduras. Pero donde realmente se generó una dura controversia fue en la propia comarca afectada por la denuncia, el Ripolles y en el valle de Ribas. Y no era para menos, ya que la existencia de una posible raza tártara o por el contrario el reconocer la existencia de casi un centenar de individuos afectados de cretinismo en el vecindario, resultaba a todas luces incómodo e inquietante. Por ello mismo, tanto Ripoll como Ribas se vieron de esta manera enfrentados en aquella polémica.

LA DISPUTA VECINAL

Los vecinos de Ribas, sin pensárselo un momento, se hicieron partidarios interesados de la teoría de Morayta, haciendo bando con él y enfrentándose a la opinión contraria expresada por la prensa local de Ripoll. Con ello trataban de salvar, no solo el buen nombre del pueblo, sino también el evitar de paso que semejante lacra social, el bocio o el cretinismo, espantara a los posibles clientes de un floreciente negocio que empezaba a dar sus frutos, en su caso, el turismo.

Ribas, un pequeño pueblo de montaña sin apenas recursos económicos, había descubierto que sus aguas medicinales atraían durante el verano a un número cada vez mayor de turistas. Un balneario y tres o cuatro hoteles, más las fondas locales y algunas casas particulares, se llenaban cada temporada, lo que les permitía mal que bien aguantar su precaria economía. Los "golluts", residentes de antiguo en la vieja Vilademunt, barrio de aquella población, no dejaban de ser un aspecto curioso más del paisaje, que hasta entonces nadie había resaltado.
El Taga, semanario editado en Ripoll, entró pues en liza, de la mano de su director y fundador, el pintor escenografísta y arquitecto del ayuntamiento de Ripoll Joaquín Nolla i Aliu, y de su segundo, el notario José Requesens i Molins, notario de Ripoll, una publicación creada básicamente para ejercer la crítica municipal contra Antonio Mª Ginesta, el alcalde en aquel momento de Ripoll.

Pero el brindis lo dio el diputado conservador Félix Macià Bonaplata, prohombre local, que por tener hasta tenía su propio periódico "La Lucha Nueva", el mismo personaje que había dotado a Ripoll de ferrocarril o que contribuyó al proyecto de reconstrucción del derruido monasterio de Ripoll. De hecho, fue Macià Bonaplata el que incitó a Nolla a retomar el guante de Morayta y devolvérselo. Los argumentos esgrimidos por Nolla, por supuesto, eran contrarios a la existencia de la raza tártara, basando los mismos en su propia y particular experiencia personal del conocimiento del territorio o de sus habitantes, tras largos años de deambular por aquellos parajes.

Igual que los miembros de la Academia de Ciencias de Madrid, Nolla negaba de por si la existencia de vestigios primitivos y enfatizaba que el único responsable de la existencia de dichos seres eran las enfermedades tales como el bocio y el cretinismo, mal que azotaba de tiempos inmemoriales aquella comarca. Pero, en cuanto hacía a sus argumentos en torno a la arqueología o la etnología, eran bastante pueriles ya que se apoyaban en la falta de elementos arquitectónicos singulares o en la falta de costumbres asiáticas entre los habitantes de Ribas.

Por supuesto, que los comentarios de El Taga cayeron muy mal a sus vecinos de Ribas, lo que provocó fuertes enfrentamientos entre ambos pueblos llegándose del insulto a mayores, lo que obligó al semanario ripollense a tener que pedir disculpas y a reconducir el tema desde el punto de vista "higienista", con recomendaciones de tipo médico, profilácticos y educativos, como medios de poder erradicar con el problema. Pero el mal ya estaba hecho.

ALGUNAS ACLARACIONES Y MÁS MISTERIOS

Es importante advertir que aquella misma polémica, nos ha permitido conocer la suerte que corrían de manera habitual aquellos desdichados, y todo gracias a los comentarios de El Taga, corroborados por un suelto de la prensa de unos años antes. Los "nans" eran habitualmente vendidos o alquilados por sus propios parientes más cercanos a circos ambulantes o a las ferias para su exhibición, como medio de conseguir unos míseros ingresos familiares extras, o simplemente abandonados a su propia suerte que los abocaba a la mendicidad ambulante.

Una cuestión que todo el mundo pareció olvidar en el fragor de aquella disputa intelectual, fue la propuesta de Morayta de exhumar unos cuantos cráneos para su estudio, y que a él le habían negado sorprendentemente. Como igualmente cayó en saco roto otro de sus comentarios en que hacía pública la existencia de determinados documentos hasta entonces inéditos, en poder de una persona de gran prestigio que demostraban que su afirmación no era gratuita, documentos que nunca llegaron a ver la luz, tal vez por el riesgo entrevisto por su poseedor, o por sus familiares, de caer en la impopularidad o bajo las iras de los integristas católicos al estar en disputa el tema de la evolución humana.

Antón, al que había dirigido su misiva Morayta, un creyente convencido, limitó su papel a explicar en la prensa mediante carta, lo acontecido en la Academia de Ciencias, o sea, ni blanco ni negro sino todo lo contrario, finalizando la misma con una vaga promesa de desplazarse algún día a Ribas, promesa que no cumplió. Lo que demostraba, por una parte, el poco interés de los anatomistas en tratar de aclarar el misterio, y por otra, el recelo de no encontrarse ante otro mayor que pudiera echar por tierra, una vez más, al beatífico y celestial Adán de la Historia Sagrada.

Morayta, poco conformista, y muy dado a la sana polémica, al editar al año siguiente una monumental Historia de España, refirió en ella el incidente sin rebajar un ápice su postura, confiando que la antropología, la arqueología o la historia le dieran la razón, como así fue en términos generales. Ultima disciplina, de la que empezaban a desaparecer tímidamente a las historias míticas sobre fundaciones o las piadosas referidas a milagrosas apariciones en momentos culminantes de nuestra Historia.

EL TRIUNFO DE LA EVOLUCION

Los católicos integristas atrincherados, entre otras, en la Universidad de Barcelona, tardaron todavía ocho años en dar respuesta a Morayta, pero dándosela en Bruselas y bajo el amparo de un oportuno y socorrido Congreso Católico Científico, explicación que le correspondió a un catedrático de hebreo inmerso de pleno en la "Verdad Rebelada", como explicación única a la aparición del hombre perfecto, recordando de paso que el solo pensamiento de semejante aberración como la de Ribas podía hacer caer a la inocente juventud en el "pecado mortal" y en el "castigo eterno".

Antón, con los años, iría poco a poco modificando sus posturas como antropólogo, tratando de compaginar su fe -al estilo de un conocido jesuita de nuestra época que llegó a la Academia francesa- con los más recientes descubrimientos que hundían poco o poco, pero inexorablemente, el barco de sus creencias dejando paso a la ciencia pura, que demostraba que la evolución había existido y que aquella se venía arrastrando desde épocas inmemoriales.

Enana de Ribas con bocio En medio de toda ello, la historia de aquel colectivo marginado, falta de apoyos científicos y documentales, que negaran o reafirmaran la teoría expuesta por Morayta, cayó casi en el olvido, al ser recordada esporádicamente en algún que otro artículo, pero cada vez más deformada o entresacada de forma interesada de su contexto histórico. La existencia hasta épocas muy recientes de individuos de aquella especie, ha permitido que sobreviva su historia, pero trasportada casi en la actualidad al terreno de la leyenda fantástica, al unirla, no sabemos por qué, a la de los enanos, gnomos y otros entes propios de los bosques.

Por otra parte, la existencia en aquella época de aquel colectivo enfermo no era patrimonio único del valle de Ribas, pues, el macizo del Montseny y el valle de Boí, en Cataluña, o la sierra de Alcubierre en Aragón, por citar algunos lugares concretos, eran también focos endémicos de cretinos y "golluts", consecuencia de la miseria y de las malas condiciones alimenticias e higiénicas y en muchos casos, como en Ribas, agravada por la ingestión de aguas minerales dietéticas y poco o nada yodadas.

EPÍLOGO

Fuera de España, en Italia o Francia, existían también situaciones semejantes o idénticas: La diferencia fundamental con el caso español, fue que los gobiernos extranjeros estaban ya elaborando planes sanitarios para erradicarlas en aquella misma época. Por el contrario, en España se siguió durante muchos años una política de silencio y de ocultamiento, tanto por parte de las autoridades civiles como médicas, rota de vez en cuando por alguna "impertinente" ponencia médica, presentada a destiempo en los Congresos y que recordaba puntualmente la existencia del problema, pero estudiándolo a nivel meramente estadístico. Al final, dicho problema sanitario se solucionó en nuestro país de forma natural hace apenas unos años, y gracias justamente, ironías del destino, a lo negado por los propios detractores de Morayta, a causa de la propia evolución humana.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Sin título

 Vanidad

Pensamiento Mínimo

Me opongo a las relaciones sexuales antes de la boda, por el peligro de llegar tarde a la ceremonia.

Simón el Mago, gran rival de Cristo

¡Pobre Simón el Mago! Contemporáneo de Cristo, sin duda fue su más poderoso rival. ¿No lo convirtió la literatura cristiana de los primeros siglos en una especie de monstruo anticristo, de fundador histórico de la gnosis de nombre mentiroso según la expresión de Ireneo de Lyon?

Simón el Mago

Simón se diferencia netamente de los otros pseudomesías de la época. Hoy se sabe, sobre todo a través de sus detractores, que Simón el Mago fue el "padre de la gnosis". Se le debe la elaboración de uno de los primeros sistemas gnósticos. En "Les Gnostiques", Madeleine Scopello define claramente la gnosis como "un don divino reservado a unos elegidos, que les permite unirse a Dios o, más aun, reintegrarlo" Simón defiende a menudo la tesis según la cual existe detrás del Dios creador otro Dios oculto, que se asemeja a la Deidad de la que habla el Maestro Eckhart. Por eso polemizó larga y violentamente con los primeros cristianos, sobre todo con Pedro.

El otro rasgo distintivo de Simón es su carácter de mago. Al igual que Jesús, obra numerosos milagros públicos y maravilla a las masas. También es capaz de mostrarse aterrador. Sus prodigios causan miedo: entra en las ciudades rodeado de espectros, hace caminar a las estatuas, etc. Desgraciadamente, la mayoría de las fuentes sobre este Mesías herético proceden de sus adversarios cristianos. Por consiguiente, resulta muy difícil distinguir la verdad de la leyenda, ya que autores como Ireneo de Lyon o Clemente de Alejandría lo presentan siempre como un ser pérfido deshonesto y, forzosamente, peligroso.

He aquí en cualquier caso un posible resumen de la vida alucinante de Simón el Mago.
Nuestro hombre nace en Gitta, en Samaria, aproximadamente en la misma época que Cristo. Es samaritano. Pertenece, pues, a una entidad religiosa muy concreta que todavía hoy sobrevive en Israel. La doctrina samaritana se asemeja muchísimo al judaísmo. Incluso puede ser considerada una rama disidente, aun cuando los samaritanos se refieren estrictamente al Pentateuco. Se trata de un puro monoteísmo, desprovisto de toda influencia gnóstica.

En tales condiciones, Simón no puede ser considerado en absoluto el Mesías esperado por los samaritanos, el Taheb. No se sitúa en la ortodoxia samaritana. Nuestro hombre descubre en seguida en sí mismo una naturaleza divina. Se declara el verdadero Cristo y acaba por considerarse la emanación directa de Dios en la tierra.

Predicador itinerante, recorre el mundo mediterráneo en compañía de una soberbia prostituta llamada Helena, a la que ha comprado en un burdel de Alejandría. Para sus discípulos, ¡Helena es la encarnación del pensamiento divino! Allí por donde pasa, Simón obra los milagros más asombrosos. En sus Homilías, donde la emprende violentamente contra "el herético", Clemente de Alejandría cita el curioso testimonio de un tal Aquila. "Simón hace caminar a las estatuas; se revuelca sobre el fuego sin quemarse; a veces incluso vuela; convierte las piedras en pan; se metamorfosea en serpiente o en cabra y aparece con dos caras; se transforma en oro; abre puertas cerradas con llave; rompe el hierro; en los festines, hace aparecer fantasmas dotados de las formas más diversas; obedeciendo sus ordenes, los muebles de una casa se presentan por si solos para el servicio, sin que se pueda ver quien los pone en movimiento". Clemente expresa evidentemente su asombro ante semejante relato, y añade: "Pero Aquila y Niceto me aseguraron haber visto con sus propios ojos muchísimos prodigios de esta clase".

Aquí nos encontramos ante uno de los mayores misterios del mesianismo. A lo largo de la historia se ve a presuntos Mesías obrar milagros públicos. Tomemos el caso de Simón. La autenticidad de los prodigios se encuentra avalada por dos de sus feroces adversarios cristianos: Niceto y Aquila. ¡Dos discípulos de Cristo reconocen que aquel al que tienen por un impostor realiza a veces los mismos milagros que su Dios! Es realmente extraño.

En realidad, Clemente y los demás cristianos no niegan los prodigios de Simón, sino que los atribuyen a la magia e insisten constantemente en su aspecto negativo. Es preciso decir que el mago samaritano adopta en ocasiones aspecto de brujo, tal como atestigua Berenice, hija de la cananea Justa, que reside en Tiro, en Fenicia: "Pero escuchad ahora los otros hechos que conciernen al propio Simón y que tal vez ignoráis. Todos los días hace que aparezcan en plena plaza pública espectros y fantasmas, llenando así de estupor a toda la ciudad. A su paso, las estatuas se ponen en movimiento. Va precedido de una multitud de sombras que según él son almas de muertos. Varios hombres se esforzaron en convencerlo de impostura, pero él logró atraerlos en su favor.

Luego, algún tiempo después, con el pretexto de ofrecerles un festín, inmoló un buey y, habiéndolos recibido en su mesa, los castigó con diversas enfermedades y los entregó a unos demonios. En resumen, causando daño a muchas personas, se hace pasar un Dios. Y no solo es temido; también es colmado de honores".

En la historia de Berenice seguramente hay una parte de propaganda y de exageración. Pero, pese a todo, la duda puede subsistir: ¿Seduce Simón a los pueblos o los aterroriza? Un día afirma poder crear con sus manos un ser vivo, a semejanza del Creador. Le bastaría poseer el alma de un niño. ¡Más bien inquietante! No obstante, el sombrío mago no ha abandonado la luz. Ha mantenido una larga polémica con los cristianos. Incluso un día solicita incorporarse a las filas de Cristo. Pero, según los Hechos de los Apóstoles (8, 9-25), Simón trata de sobornar a Pedro para obtener el poder de imponer las manos. Esta indignidad se hizo célebre. Incluso se incorporo al lenguaje corriente de la teología con el nombre de "simonía". Realmente, para la Iglesia católica Simón es el adversario, un autentico Anticristo

Su muerte continua siendo un enigma, al igual que su vida, que constantemente va entre mito y realidad. Nos han llegado dos contradictorias. Según la primera, Simón habría muerto en Roma durante una violenta discusión con el apóstol Pedro. Le habría asegurado a este ser capaz de volar por los aires. Para demostrar sus palabras, este efectivamente lo habría hecho. Pero, al implorarle Pedro de inmediato al Señor, Simón se habría estrellado ante los ojos de la multitud.

La segunda es todavía más simbólica. Durante un debate con los apóstoles (¡otra vez!), Simón habría afirmado que, si se le enterraba vivo, resucitaría al cabo de tres días, a semejanza de su rival Jesús. Pero el excesivamente presuntuoso mago habría sucumbido en su tumba bajo tierra.

Cualquiera que sea el fin real de Simón el Mago, no es en absoluto comparable a la muerte "mediática" que le hizo sufrir la Iglesia en sus primeros días. Este rival de Cristo no cuenta en la actualidad con ningún discípulo. De sus tesis, no nos quedan más que exposiciones hostiles.

De este modo paga, desde hace dos mil años, su concepción herética del mundo, según la cual "aquel que viene de Dios es Dios"

martes, 1 de diciembre de 2009

Sin título

 

¿Ángeles o Demonios?

Pensamiento Mínimo

Nada refleja tanto el carácter de un hombre como su comportamiento con los tontos.

¿Existe el Alma?

 

¿Existe el Alma?

Uno de los tópicos habituales de los diletantes del misterio a la hora de confrontar la perfidia de los incrédulos, es un mítico experimento que demostró “científicamente” la existencia del alma humana. En algún momento del impreciso pasado, un médico acucioso habría acometido la macabra tarea de pesar a personas agonizantes, encontrando que éstas perdían, en el preciso instante de la muerte, 21 gramos. Los incrédulos suelen responder, por supuesto, con incredulidad. Para el sentido común semejante experimento linda con lo inverosímil, cuando no con lo grotesco o lo puramente literario. Ejemplos de esto último no faltan: recordemos aquí ese extraordinario cuento de Edgar Allan Poe, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, que fue leído en su momento como un reporte científico auténtico de la detención de la muerte por medio de la hipnosis. Y sin embargo, a pesar de lo extravagante que pueda parecer, ese experimento sí se llevó a cabo, y sus resultados incluso se publicaron en una revista médica. Su autor fue el Doctor en Medicina Duncan MacDougall, de Haverhill, Massachussets. El año, 1907. 

Despedida En su artículo, el Dr. MacDougall comenzó esbozando una muy materialista hipótesis sobre la “sustancia del alma”, partiendo del supuesto de que “si las funciones psíquicas continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede existir como un cuerpo ocupante de espacio”. Y como se trata de un “cuerpo separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso, igual que el resto de la materia. Esa sustancia, obviamente, se desprende del cuerpo en el momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida de peso debe ser medible.

A continuación, pasó a poner a prueba su hipótesis. Instaló un lecho sobre un marco ligero construido en una romana de plataforma “muy delicadamente balanceada”. Sus sujetos de experimentación fueron seis enfermos terminales, de los cuales solo señala su diagnóstico, su sexo, y que se encontraban agonizantes. Cuatro pacientes habían sido diagnosticados como tuberculosos, uno sufría coma diabético y del último no se precisa dato alguno; cada uno de ellos fue mantenido en observación (garantizándose su comodidad) hasta que sobrevino la muerte. Durante ese lapso, MacDougall reajustó periódicamente el fiel de la balanza de acuerdo a la disminución de peso esperable por las pérdidas insensibles.

Estos fueron (resumidamente) los resultados:

  • Paciente N° 1: pérdida de “tres cuartos de onza” (unos 21,3 gramos) “súbitamente coincidiendo con la muerte”.

  • Paciente N° 2: pérdida de “una onza y media y cincuenta granos” (o sea 45,84 gramos) en “los dieciocho minutos que transcurrieron desde el cese de la respiración hasta que estuvieron seguros de su muerte” (sic).

  • Paciente N° 3: pérdida de “media onza coincidiendo con la muerte, y una pérdida adicional de una onza pocos minutos mas tarde” (42,65 gramos en total).

  • Paciente N° 4: MacDougall consideró esta prueba sin valor, debido a que la balanza no pudo ser bien ajustada “por la interferencia de personas opuestas a su trabajo”.

  • Paciente N° 5: en este caso, se registró una pérdida inicial de “tres octavos de onza” (10,66 gramos) “simultáneamente con la muerte”, pero luego el fiel de la balanza regresó espontáneamente a su posición inicial y se mantuvo allí por quince minutos a pesar de retirar los pesos (!). Paciente N° 6: esta prueba también resultó invalidada al fallecer el paciente antes de que la balanza fuera calibrada.

MacDougall también efectuó un experimento control, consistente en envenenar a quince perros sanos (!) para pesarlos en el momento de la muerte, con resultados uniformemente negativos. Pero antes de hacernos una mala imagen del doctor, reconozcamos que al menos se queja de su escasa fortuna para conseguir perros que estuvieran  muriendo de alguna enfermedad.

Objeciones:
Ante todo, evitemos las explicaciones fáciles, como sospechar que la pérdida de gas intestinal o del aire pulmonar da cuenta de la (supuesta) pérdida de peso que MacDougall observó en sus experimentos. La segunda posibilidad fue descartada por él mismo, pues verificó que inspiraciones y espiraciones forzadas no alteraban el equilibrio de la balanza. En cuanto a la primera, ya sean veintiuno o cuarenta y pico los gramos de gas, estos equivalen a un volumen de muchos litros, fácilmente detectables tanto pre como postmortem.  En realidad, es inútil pretender buscarle explicaciones “naturalistas” a la pérdida de peso que (supuestamente) se observó, por la sencilla razón de que todo el experimento está viciado por severas fallas. Empezando por una descripción en general confusa de los procedimientos y una muestra demasiado pequeña: se pudieron analizar los datos de apenas cuatro pacientes. Por otra parte, no se utilizó un criterio claro para definir “el momento exacto de la muerte”. Dadas las limitaciones de la época, este elemento crucial resultaba muy difícil de determinar, y esto queda bien patente en el caso del paciente N° 2: este siguió presentando espasmos faciales durante quince minutos después del cese aparente de la respiración, y solo tras cesar los espasmos se le auscultó para comprobar la ausencia de latidos cardíacos. ¿Cuál fue el “momento exacto de la muerte”? Esta vaguedad conduce, además, a una insólita flexibilidad a la hora de registrar las variaciones del peso: en un caso se considera positiva una pérdida de peso “instantánea”, pero en otros se asumen como positivas las pérdidas ocurridas a lo largo de varios minutos, sin límite fijo ni relación clara con el deceso.

¿Pero podemos, al menos, confiar en la forma en que se hicieron las mediciones? Pues ni siquiera eso. MacDougall afirma que sus escalas eran sensibles a “dos décimas de una onza” (5,68 gramos), lo que no es óbice para que en un caso nos ofrezca una precisión de “50 granos” (3,2 gramos), lo que resulta tan poco serio como medir milímetros con una regla graduada solo en centímetros. Obviamente, la seguridad de las medidas ni de lejos se aproxima a la que se pretende. Si seguimos adelante observamos también que los resultados ni siquiera resultan congruentes entre ellos. Uno de los pacientes presentó una pérdida de peso instantánea y nada más, dos a lo largo de varios minutos, y el último hizo malabarismos con la romana durante quince largos minutos. Para conciliar esto con la hipótesis inicial es preciso tramar muchas explicaciones ad hoc, como la influencia del temperamento del paciente (ya cadáver para ese momento).

Conclusión:
¿Qué queda, al final, de este experimento? Pues poca cosa: en realidad solo una colección de datos que se debaten entre la incongruencia y la anécdota, con una posibilidad inmensa de errores instrumentales. Para poner esto en perspectiva, consideremos simplemente que MacDougall intentó medir variaciones de peso del orden del 0,05 %, lo que no resulta fácil en condiciones clínicas ni siquiera hoy en día. Habla en su favor que no pretendiera haber probado algo: expresamente reconoce que se requiere una gran cantidad de experimentos “antes de que este tema pueda ser zanjado más allá de cualquier posibilidad de error”. Los consabidos “21 gramos” quedan reducidos a pura leyenda basada en un experimento mal hecho, que hasta la fecha nadie parece ansioso de repetir.