“Saint Louis, Territorio del Missouri. América del Norte, 10 de abril (de 1818). Al mundo entero, declaro: que la Tierra está hueca y habitada interiormente, que contiene varias esferas concéntricas sólidas, situadas unas dentro de otras, y que está abierta en el Polo, de los doce a los dieciséis grados. Me comprometo a demostrar la realidad de lo que afirmo y estoy dispuesto a explorar el interior de la Tierra, si el mundo acepta ayudarme en mi empresa”. Quien así habla no es el verniano profesor Otto Lidenbrock, de Viaje al centro de la Tierra, sino el mucho más real Jonathan Cleeves Symnes, ex capitán de infantería del ejército de EE. UU. y belicoso defensor de la Teoría de la Tierra Hueca, en carta abierta a los miembros del congreso estadounidense, los directores de las principales universidades y los hombres más sabios del momento.
Symnes afirmaba que todos los planetas son huecos, y que en el caso de la Tierra existen cinco esferas concéntricas, colocadas una dentro de otra, como si se tratase de las famosas muñecas rusas. La superficie de cada una de estas esferas sería perfectamente habitable, y se podría transitar entre ellas a través de dos grandes agujeros situados en los polos. Aunque en pleno siglo XXI la teoría puede parecer descabellada, en 1824 el Congreso de los Estados Unidos debatió la propuesta de enviar una expedición al Polo para comprobar su veracidad, recibiendo 25 votos afirmativos.
Realmente, Symnes no decía nada nuevo. Muchas religiones han considerado la Tierra como hueca, situando en sus entrañas otro mundo habitado por los muertos y los espíritus. Es el caso, por ejemplo, del Cristianismo; ahí están los infernales círculos concéntricos que Dante atraviesa en la Divina Comedia hasta llegar al último de ellos, aquel en el cual Lucifer prisionero devora las almas de los mayores pecadores.
Poetas y teólogos aparte, el más ilustre antecedente de Cleeves Symnes es Edmund Halley, el descubridor de la órbita del cometa de mismo nombre. Partiendo de las variaciones del campo magnético terrestre a lo largo del tiempo, desarrolló la idea de que la tierra estaba formada por una serie de esferas concéntricas, habitadas por seres humanos y por bestias. Las esferas interiores tendrían una atmósfera luminosa, de la cual la Aurora Boreal sería una emanación.
En la segunda mitad del siglo XIX, surge una variante de la Teoría de la Tierra Hueca, proclamada por el americano Cyrus Read Teed, y según la cual nosotros no viviríamos en el exterior de la Tierra sino en su interior, en la parte cóncava. Teed creó una religión con su teoría. Tras cambiar su nombre por el hebreo Koresh, fundo una pequeña comunidad en Florida en la cual se dedicó a predicar la verdad a sus 250 fieles hasta el día de su muerte, que tuvo lugar en 1908.
En 1914 un aviador alemán llamado Bender descubre por casualidad en París las tesis de Teed y decide desarrollarlas. Según su visión, en el núcleo de esa esfera cóncava en la que vivimos quedarían situados el Sol y la Luna (mucho más pequeños de lo afirmado por la Astronomía), y un Universo Fantasma, formado por un gas azulado y unos brillantes granos de luz a los cuales llamamos habitualmente estrellas. A nuestros pies, un infinito de tierra y roca.
La teoría de Bender se hace popular durante los años 30, llegando a oídos de los delirantes jerarcas nazis, que creen de forma seria en su veracidad. Cuentan que en 1942 Goering, Himmler y Hitler enviaron una expedición comandada por el doctor Heinz Fisher, experto mundial en rayos infrarrojos, a la isla báltica de Rugen. Su misión consistía en apuntar hacia el cielo sofisticados aparatos de observación, en un ángulo de 45 grados, para así obtener señales de la flota inglesa anclada en Scapaflow, al otro lado de la supuesta concavidad terrestre. Por supuesto, el experimento no tiene éxito, marcando el punto de inflexión de las teorías de la tierra cóncava entre los dirigentes del Tercer Reich. Con el tiempo, el propio Bender acabará sus días en un campo de concentración.
Sin embargo, la Teoría de la Tierra Hueca alcanzará más éxito que su variante cóncava y nunca le faltarán seguidores, aunque en los años 20 el intrépido aviador Richard E. Byrd sobrevuele por primera vez el Polo Norte (1926) y el Polo Sur (1929) sin notificar la presencia de esos supuestos pasos a las esferas inferiores. Al menos sin notificarlo oficialmente, ya que la rumorología esotérica afirma que el piloto voló accidentalmente al interior de la corteza terrestre, llegando a un continente verde y misterioso.
Circula por ahí (se puede encontrar algún fragmento en Internet) un supuesto diario secreto del aviador, La Tierra Interior. Mi diario secreto, con toda la pinta de ser apócrifo, en el cual narra su odisea en ese mundo perdido bajo los polos. Byrd sobrevuela verdes montañas y ríos, y distingue un animal que desde la distancia identifica como un mamut, antes de llegar a una ciudad futurista que le parece “sacada de un escenario de Buck Rogers”. Es interceptado entonces por unos hombres que pilotan aeronaves discoidales y que tras darle por radio la bienvenida le indican que aterrice.
Una vez en la ciudad, Byrd es conducido ante su líder. El hecho de que los edificios estén decorados con una especie de esvásticas, de que todos sus habitantes sean rubios y altos, hablen en un idioma aparentemente germánico y se autodenominen Arianni, resulta un poco mosqueante. Pero no hay de qué preocuparse, los Arianni resultan ser pacíficos, y transmiten a Byrd un mensaje claramente antibélico. Según su líder, a los humanos de la superficie nos espera una larga edad oscura hasta que comprendamos la futilidad de la guerra, pero cuando eso pase ellos saldrán del mundo interior para ayudarnos. El piloto, después de recibir el encargo de transmitir estas palabras al mundo, es conducido de vuelta a su avión y guiado amablemente hasta la superficie. Posteriormente, el Pentágono le ordenará guardar silencio sobre su aventura, privándonos de la revelación del líder de los Arianni. La historia es muy fantasiosa, aunque no deja de tener un punto sugerente.
Como se ve, la concepción de la Tierra como una esfera hueca con otros mundos en su interior realiza a lo largo de los tiempos un viaje de ida y vuelta: primero del mito a la ciencia, después de regreso al mito.
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