La Orden de San Antón es una de las grandes desconocidas de la historia. Con más antigüedad que la orden de los Templarios o cualquier otra protagonista de novelas de actualidad, la de San Antón es una orden militar, religiosa y hospitalaria que llegó a España en el siglo XI. Los monjes de la Orden de los Antonianos tuvieron la misión de curar a los enfermos de una ‘extraña’ epidemia que asoló Europa.
Se conoce muy poco sobre esta orden que nació en Etiopía en el año 370 como orden militar para proteger a los cristianos de esa zona de África’. Surgió como orden de caballeros-monjes en honor de San Antonio, monje eremita nacido en Coma, al sur de Egipto. Esta hermandad se expandió por todo el mundo, llegando incluso hasta China.
Camino de Santiago
La Orden de San Antón llegó a Castrojeriz (Burgos, España) en el año 1146, gracias al rey Alfonso VII, que eligió esta ubicación por ser un lugar estratégico para luchar contra el Islam y para promocionar el Camino de Santiago al mismo tiempo que se protegía a sus peregrinos. Esta casa de Castrojeriz llegaría a ser la cabeza mayor de las casas antonianas de Castilla, Andalucía, Portugal y América, con más de cuarenta casas bajo su mandato.
En poder, la casa de Castrojeriz tenía que competir con la de Olite, en Navarra, con jurisdicción sobre Navarra, Aragón, Valencia, Baleares, Cataluña, el Rosellón y Cerdeña, aunque la casa mayor siempre fue la ubicada en Castrojeriz. Los monjes de esta orden vestían un hábito negro sobre el que llevaban una tau griega de color rojo. Por su parte, los miembros de la rama primero laica y después religiosa de esta orden, vestían también un hábito negro, pero con una tau de color azul.
La Orden de San Antón en Castrojeriz contó con dos comendadores, uno religioso y otro militar, y con un hospital en el que atendía a los peregrinos que se veían afectados por ‘el fuego de San Antón’, una enfermedad provocada por el consumo del pan de centeno. En el siglo XVI se quemó el archivo; por este motivo se desconocen muchos detalles históricos sobre esta orden que duró en el tiempo cerca de mil quinientos años.
Esta orden religiosa, militar y hospitalaria desapareció en el año 1787, debido a una bula del Papa Pío VI que fusionaba la hermandad con la de Malta, desintegrándose en toda Europa, y quedando ese mismo año suprimida la Encomienda de Castrojeriz. La desamortización realizada por Mendizábal en el año 1835 favoreció el abandono del convento utilizado por la orden en Castrojeriz, quedando casi en la situación que se conoce en la actualidad.
Castrojeriz es un pueblecito burgalés situado en el Camino de Santiago, en el límite de las provincias de Burgos y Palencia. Este enclave fue el lugar misteriosamente elegido para situar la principal Encomienda de toda la Península Ibérica por la orden religiosa-militar de los Antonianos -quizás la congregación más enigmática y desconocida de la Cristiandad-. Aquellos monjes-guerreros de hábito negro pasaron a la historia por muchos motivos, pero el más sobresaliente es sin duda las curaciones que alcanzaron de una ‘extraña’ enfermedad que asoló Europa y que fue conocida como ‘Fuego de San Antón’, ‘Fuego sagrado’ o ‘Sacro’.
Los enfermos acudían a los monjes en un estado pésimo y con terribles dolores. Los síntomas de la enfermedad – hoy conocida como ergotismo, y parecida a la lepra- eran graves; los brazos, manos, pies y piernas se gangrenaban y quedaban negros y secos, llegando a desprenderse del cuerpo sin pérdida de sangre. La curación se alcanzaba con la amputación de los miembros afectados y dando a los enfermos panes de San Antonio y un vino ‘milagroso’, donde remojaban las reliquias de San Antón Abad, a quien la Congregación debe su nombre.
La Orden de los Antonianos hunde las raíces de sus orígenes en el siglo III de nuestra era. Fue en esta época cuando nació San Antonio Abad, en Quuman el-Arus (Coma), al sur de Menphis (Egipto), hacia el año 250 d. C. Cuentan que desde niño le encantaba leer, una afición que cambió su vida. Al leer el Evangelio de San Mateo reparó en un pasaje que le aconsejaba que vendiese sus bienes. Pues dicho y hecho, comenzó su vida ascética cerca de su lugar de nacimiento. Pero más tarde, debido al continuo trasiego de personas, decidió trasladarse al desierto de Maymun; allí se cobijó en un castillo en ruinas -justo donde había localizado una fuente-, donde levantó un muro para aislarse más del exterior. Permaneció oculto en este lugar veinte años; su único contacto con el exterior era un amigo que le arrojaba pan por encima del muro dos veces al año y con quien ni siquiera hablaba.
Su fama crecía día a día por las historias que sus seguidores contaban. Los ecos de las tentaciones diabólicas que sufría y las continuas luchas con el Señor del Averno fueron sin duda la causa de que a sus admiradores -que acampaban en los alrededores del castillo- se les acabara la paciencia y derribaran el muro para poder conocerle. Se encontraron con una persona que irradiaba serenidad y cuyo rostro siempre estaba alegre. San Antonio decidió acoger a sus discípulos y muchos se instalaron en los alrededores; ante la proliferación de numerosas celdas y personas, decide de nuevo poner rumbo a la soledad. Tras diversos avatares en los que rompía su retiro voluntario para predicar contra los herejes, decide instalarse en un oasis próximo al monte Qolzoum, donde permanecería en solitario otros 18 años, alimentándose de las semillas que él mismo sembraba y que le eran traídas por discípulos o por las caravanas de los beduinos que recorrían el desierto.
Tiempo después decide recibir a todos los que se le acercaban: discípulos, enfermos y poseídos que deseaban ser sanados, admiradores que acudían atraídos por su aura de heroísmo. Cuenta su biógrafo Atanasio que murió con 106 años de edad y fue tan grande la influencia que ejerció que, después de su muerte, miles de seguidores se recluyeron en los lugares más recónditos del desierto egipcio con el objeto de imitarle. Su fama y culto se extendió por Oriente y Occidente, si bien en esta zona el respaldo definitivo se originó por unos hechos sorprendentes, según aseguran las crónicas
La ‘extraña’ enfermedad que describíamos más arriba, se extendió como una plaga por Europa. Entre los miles de afectados se encontraba Girando de Valloire, hijo del noble francés Gastón de Vallorie, que al ver peligrar la vida de su hijo hizo voto a San Antonio ofreciéndole toda su hacienda. Esa misma noche Gastón tuvo un sueño en el que San Antonio le decía que su hijo se curaría y que todos sus bienes deberían ser empleados para socorrer a los afectados por el ‘Fuego Sagrado’.
Además, en ese sueño San Antonio le ofreció su báculo en forma de tau y le mandó que lo hincase en la tierra. En esa zona brotó un árbol cuyas ramas se esparcían en todas direcciones, produciendo gran cantidad de flores y frutos. Al cobijo de este árbol gigante observó como muchos enfermos del ‘Fuego Sacro’ hallaban consuelo. San Antón Abad le explicó la visión: «Advierte que tú has de plantar un árbol en el tronco de la piedad y en la raíz de la caridad, y este árbol extenderá sus ramas muy largamente y de sus frutos se sustentarán los pobres».
A los pocos días de esta visión, Girando recuperó la salud totalmente y padre e hijo vendieron todos sus bienes, cosieron en sus oscuras vestiduras la señal de la tau e iniciaron la tarea encomendada. Nacía así en Europa la Orden de los Caballeros de San Antonio, cuya constitución fue aprobada por el Papa Urbano II en 1095. Años antes, en 1074, las reliquias de San Antón habían sido traídas a Francia por un noble caballero, un tal señor Jocelyn, señor de Castronovo, Albenciano y la Mota de San Desiderio. Con estas premisas se fundó una cofradía hospitalaria para atender a los enfermos del ‘Fuego Sagrado’ en Saint Antoine de Vienne, que en un primer momento fue declarada de carácter militar y hospitalario y posteriormente con impronta monástica. La Orden se extendió al igual que la plaga del ‘Fuego Sagrado’ por toda Europa en busca de enfermos que sanar, pobres que ayudar y herejes que combatir.
Los ‘milagros’
La Encomienda, situada en Castrojeriz, fue creada en 1146 en pleno Camino de Santiago. De esta Encomienda principal dependieron poco después todos los monasterios situados en Castilla, Andalucía, Portugal e Indias Occidentales -México-. El convento, hoy en ruinas -aunque sigue siendo albergue de peregrinos- disponía de monasterio, iglesia y hospital. Allí atendían espiritualmente a los peregrinos y ayudaban a todos los enfermos y pobres que acudían, incluidos los enfermos del ‘Fuego Sagrado’, que tenían la obligación de ir tocando una campanilla para avisar de su llegada.
La enfermedad, provocada por la ingesta de centeno contaminado por el hongo ‘claviceps purpurea’ -también conocido como cornezuelo del centeno- tenía una sintomatología muy variada: altas fiebres con alucinaciones, fuertes convulsiones espasmódicas, crisis epilépticas y parálisis respiratorias que ocasionaban la muerte. En otros casos, la falta de oxígeno en las extremidades conducía a la gangrena y posterior necrosis de las mismas. Al parecer, aquellas gentes estaban asombradas de ver cómo estos monjes-guerreros curaban la virulenta enfermedad con oraciones, panes de San Antonio y vino donde sumergían las reliquias del santo ermitaño. La curación y antídoto se debía no al vino milagroso, sino a los panes ’sanos’ hechos con harina de trigo.
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